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Lamine Yamal, 9:10 a.m.

El sol ya estaba alto cuando me desperté por el maldito sonido insistente de alguien golpeando mi puerta.

Abrí medio ojo y bufé.

Por lo menos mi habitación ya estaba al fin recogida

Después de la noche increíble con Salma, había llegado a las cinco y pico y me había puesto a recoger mi cuarto.

Sin embargo, me quedé dormido alrededor de las seis y media, y ahora alguien estaba decidido a joderme la mañana.

—¡Lamine! ¡Despierta, bro! —La voz de Héctor resonaba desde el otro lado de la puerta.

—Vete a la mierda, pesado...— murmuré más para mí mismo.

Intenté ignorarlo, pero el golpeo se hizo más fuerte.

Volví a bufar. Estaba reventado.

Arrastré mi cuerpo fuera de la cama y abrí la puerta con una expresión que debía parecer medio zombie o madridista, porque Héctor me miró con espanto.

Ahí estaba Héctor, con dos maletas a su lado y una expresión entre la irritación y el pánico.

—¿Qué quieres tú ahora, desgraciado? —gruñí, tratando de mantenerme despierto.

—¿Qué que quiero, animal? ¿Sabes que teníamos que estar fuera hace una hora?—dijo Héctor, mirándome como si fuera la noticia más obvia del mundo—. Tu primo me ha estado llamando todo el día porque no le contestabas, y cuando me ha llamado a mi diciendo que te vaya a buscar y te encuentro así, dormido como si nada. ¡Tenemos que irnos ya!

Froté mis ojos, tratando de despejar la neblina del sueño.

—Vale, vale, tranquila, fiera. Dame un minuto.

Me metí en la ducha, más para despertarme que para otra cosa.

En cinco minutos estaba fuera, vistiéndome a toda prisa.

Agarré las dos maletas y la mochila que había preparado la noche anterior y salimos corriendo por el pasillo.

—Entonces, ¿qué tal la no-cita anoche? —preguntó Héctor, con una sonrisa burlona.

—No fue una cita —respondí, cansado y aun con sueño,mientras ajustaba la correa de mi mochila.

—Claro, claro. Sólo una quedada hasta las cinco de la mañana. Seguro que fue muy casual —dijo Héctor, dándome un codazo.

—De verdad, hermano, déjame en paz que no estoy pa' coñas. Solo hablamos y paseamos un poco —intenté sonar convincente, pero sabía que Héctor no me dejaría en paz tan fácilmente.

—¿Hablasteis y paseasteis hasta las cinco de la mañana? Tienes que enseñarme cómo se hace eso —dijo Héctor, riéndose mientras salíamos al exterior.

Delante de la puerta, aparcado, estaba el coche de mi primo, esperándonos.

—Héctor, tu siéntate delante, ¿vale? Necesito dormir un poco más —dije, mientras abría la puerta trasera.

Héctor y mi primo se rieron mientras me acomodaba en el asiento trasero.

—¿En serio? —dijo Héctor—. Después de toda la noche paseando y hablando, ahora necesitas dormir. Vaya caso eres.

—Eres un caso perdido, ricitos.
—Tu caso perdido, estrellita

Sonreí al recordarlo.

—Déjalo, Héctor. Parece que anoche fue más emocionante de lo que quiere admitir —añadió mi primo, sonriendo.

Mientras el coche arrancaba, Héctor no pudo resistir la tentación de seguir picándome.

𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora