Lamine Yamal, 18:38 p.m.
Me dejé caer en mi cómoda cama sentado y empecé a deshacer los nudos de mis botas para luego quitármelas. Suspiré.
Suspiré porque aparte de las vueltas extras al campo que nos mandó el míster cuando volvió por habernos entretenido mi cabeza solo daba vueltas.
Bufé y saque mi móvil. Puse mi Playlist de Spotify y abrí mi armario para coger ropa limpia y meterme a la ducha. Pero olvidé el detalle de que mi armario estaba hecho un desastre, como casi toda la habitación. El orden no era lo mío.
Toda la ropa cayó al suelo sobre mis pies. Puse una mueca y aparte la ropa con el pie.
Rebusque entre la ropa una camiseta clásica blanca y unos shorts de algodón cómodos.
Y me dirigí hacia la ducha con el cuerpo agotado y la mente llena de pensamientos. A la vez que la música sonaba aleatoriamente.
Mientras el agua caliente caía sobre mi, me di cuenta de que había estado distraido durante casi todo el entrenamiento. Pensando en algo, o en alguien.
Esta mañana, cuando la vi por primera vez en persona en la Masia masculina, fue verla así como estaba, apoyaba en el mostrador de espaldas. Tenia piel pálida con el pelo castaño y lacio por debajo de los hombros, y sentí una curiosidad que nunca había sentido.
Pero cuando se acercó a darnos la mano, cuando vi sus ojos avellana que parecían brillar con luz propia pero a la vez parecía aterrada. Salma era mucho más bajita que yo.
Pero, como Lionel Andrés Messi, su baja estatura no le impedía brillar en el campo. De hecho la primera vez que escuché hablar de ella fue por su increíble habilidad.
Vi uno de sus partidos con mis compañeros, la final de LaLiga contra el Betis y quedé completamente impresionado. Ella tenía ese algo que solo los grandes jugadores poseen, una estrella en miniatura.
Pero era muy infravalorada por ser mujer.
Nunca pensé que la conocería en persona, de hecho, ni siquiera lo había pensado.
Sin embargo, hoy, al verla hablando con su entrenador Manolo, no pude evitar quedarme embobado. Había algo en su forma de moverse, en su sonrisa... era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento.
Y entonces, mientras intentaba prestar atención a lo que Víctor, mi míster, nos decia en el entrenamiento, me di cuenta de que mi mente no dejaba de volver a ella.
Durante el entrenamiento, cada vez que fallaba un pase o me quedaba embobado, no faltaba minuto que no escuchara a mis compañeros gritar ¡Lamine, despierta!.
Salma había capturado toda mi atención y curiosidad.
Finalmente, en la ducha, con el agua aún cayendo sobre mí, no pude evitar reírme.
¿Qué estaba haciendo? ¿Distrayendome por una mujer? Habia estado tan absorto en mis pensamientos sobre Salma que ni siquiera había logrado concentrarme en el entrenamiento.
Salí de la ducha. No podía perder el hilo por una chica que ni conozco bien.
Concéntrate en tu sueño, Lamine. Concéntrate en mejorar cada día y ser mejor cada día.
☆☆☆
Dos días después, Lamine Yamal, 22:57 p.m.
Había sido un día agitado en La Masia. Entre los entrenamientos y las clases, apenas había tenido tiempo para respirar.
Pero desde que vi a Salma en persona por primera vez, mi mente no podía concentrarse en nada más. Sus ojos avellana me habían cautivado desde el primer momento. Su destreza en el campo, su habilidad para moverse con gracia y precisión, todo lo que hacía me dejaba anonadado.
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.