Maratón 1/3
Lamine Yamal, 23:48 p.m.
Salí de mi habitación lo mas sigilosamente posible, aún sin siquiera haberme puesto bien las zapatillas.
Y encima iba casi en pijama, pero gracias a dios que me había duchado antes.
Pero que más da.
Deseaba verla más que a nada en ese momento, escucharla reír en persona, admirar su sonrisa y tenerla cerca.
Tragué saliva y caminé casi descalzo por los pasillos, tratando de no hacer ruido.
Pero justamente escuchó voces a la lejanía y pasos acercándose.
Mierda, mierda.
Me detengo, conteniendo la respiración. Los pasos se acercan más, pero de repente, cuando pensaba que ya estaba más que pillado, se alejan.
Suspiro aliviado y continúo caminando, cuando de repente una puerta se abre.
Que buen día para que me pillen todos.
Me sobresalté, el corazón en la garganta, solo para ver a Héctor, mirándome con cara de pocos amigos.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunta Héctor, señalándome.
Un Héctor sin camiseta y con un pantalón de pijama, con el pelo despeinado y descalzo.
Antes de que pueda responder, escuché al guardia acercándose rápidamente, murmurando no se qué.
Sin pensarlo, me abalanzé hacia Héctor, empujándolo de vuelta a su habitación y ambos caímos al suelo.
—¡Qué mierda, Lamine! —se queja Héctor ruidosamente, pero me apresuré y le tapé la boca y me levanté rápidamente, cerrando la puerta sigilosamente detrás de nosotros.
—¡Shh! ¡Cállate, animal!—susurré, escuchando atentamente a través de la puerta.
Cuando escuché que el guardia se alejaba, suspiré de alivio.
—¿Estás loco? —me pregunta Héctor, mirándome como si hubiera perdido la cabeza.
—Tal vez un poco —respondí, sonriendo.
—Pero necesito salir. Y... tu chaqueta.
Agarré la chaqueta del Fc Barcelona que tenía tirada encima de su maleta.
—¿Qué? ¡Tú sueñas, hermano! —protesta, quitándomela de las manos.
—Va, bro. Déjamela.
Héctor me repaso de arriba abajo.
Es difícil tomarlo en serio viéndolo tal y como estaba. Parecía salido de su quinto divorcio.
—Es la del club. Pone mi nombre detrás —dijo, rascándose la cabeza y estirando el brazo para enseñarme la chaqueta.
Fruncí el ceño y se la arrebate de las manos.
Héctor Fort, 39.
Mierda.
—Bueno, da igual— dije mientras me la ponía—. Tengo prisa.
Me senté en su cama y me ajusté las zapatillas correctamente esta vez.
—¿A dónde vas tú? Que mañana tu y yo tenemos que coger el autobús, que Fermín, Cubarsí y estos se han ido ya a sus casas.
Lo miré después de ajustarme la otra zapatilla.
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.