Salma Martínez, 17:41 p.m.
—¡Vamos, Salma! Mierda, que no llegamos
Nos quedaban quince minutos para la reunión y todavía estábamos en casa de la abuela de Maya.
Teníamos prisa, pero Maya estaba en su habitación buscando desesperadamente su carnet de identidad de la Masía.
Yo, por otro lado, no podía dejar de pensar en cómo había llegado a este punto.
La noche anterior había sido una locura.
Mi primer beso con Lamine, algo que había estado evitando durante tanto tiempo, finalmente sucedió. Y encima por el motivo de que casi que secuestran.
Podía por lo menos a ver sido más bonito, sabes.
Y ahora, todo lo que había construido alrededor de mis emociones estaba derrumbándose.
—¡Maya, vamos! —grité desde el pasillo, dando pequeños saltos de impaciencia.
—¡Ya voy, ya voy! —respondió ella desde su cuarto, revolviendo un cajón con furia.
Siendo sincera, estaba más preocupada por otra cosa: mi móvil estaba muerto.
Mii cargador decidió romperse y no había podido responderle a Lamine desde entonces. Ni siquiera he tocado mi móvil en todo el día.
No quería que pensara que lo estaba evitando, pero tampoco podía hacer nada al respecto hasta que encontrara un cargador.
Aunque tampoco tenía muchas ganas de hablar.
Tenía miedo.
Y, por si fuera poco, tenía que lidiar con el hecho de que aún había gente en la Masía que me consideraba la culpable del incendio de la Masía femenina.
Mi entrenador había sido muy claro conmigo: esta mudanza era una oportunidad para demostrar respeto y compromiso.
Entonces, de la nada Maya apareció en el pasillo de un salto, con una sonrisa gigantesca, como si la roja de Araujo nunca hubiera existido, sosteniendo su carnet de identidad como si fuera un trofeo.
—¡Lo tengo! —exclamó, sonriendo con alivio.
—Menos mal, vámonos ya o no llegamos a la reunión —dije, tomando mi maleta y arrastrándola hacia la puerta.
Salimos de la casa de la abuela de Maya a toda prisa.
Afortunadamente, la Masía no estaba muy lejos, así que en un par de minutos ya estábamos cerca.
A cada paso que daba, sentía una creciente ansiedad.
Mis pensamientos volvían una y otra vez a Lamine, y cómo iba a enfrentarme a él después de lo que había pasado.
Todo había cambiado con ese beso, y no tenía ni idea de cómo reaccionar.
—¿Estás bien, Salma? —preguntó Maya, notando mi silencio.
—Sí, sí, solo estoy un poco nerviosa por lo de la reunión —mentí, tratando de no mostrar lo que realmente me preocupaba.
Llegamos a la Masía con solo cinco minutos de margen antes de la reunión. El lugar estaba relativamente tranquilo, nadie parecía haberse reunido aún. Mis ojos se movieron instintivamente por el área, buscando a Lamine, pero no lo encontré. No había tiempo que perder. Maya me agarró del brazo y me arrastró hacia la recepción.
—Vamos, tenemos que pedir las llaves de nuestras habitaciones —dijo, casi empujándome hacia el mostrador.
La recepcionista nos miró brevemente.
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.