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Omnisciente, 

Cuando el silbato final sonó, Salma, agotada, caminó hacia la banda.

El calor sofocante de esa mañana hacía que la sombra escasa que proyectaba la pared del edificio de La Masia fuera un refugio muy tentador. 

Estaba rayada por lo distante que ha estado Maya desde que salieron de la habitación, pero su ego no le permitiría ahora mismo acercarse porque ella sabe que no tiene culpa. 

No era la primera vez que Maya le había hecho pasar malas pasadas, pero aún así sabía que en breve volverían a estar juntas.

Se dejó caer con un suspiro, recostando la espalda contra la superficie fresca y cerrando los ojos por un momento.

El entrenamiento mixto había sido intenso, y aunque ella estaba acostumbrada a entrenar junto a su mejor amiga, esa mañana había sido diferente, pero terminó pasando más tiempo con Lamine y sus amigos. 

Ahora ya no eran solo caras conocidas, sino que parecía que, en cuestión de horas, habían alcanzado una confianza que se sentía auténtica.

Fermín llegó primero y se sentó a su lado. 

Salma se acomodó un poco mejor contra la pared, tratando de enfriar su cuerpo acalorado. Fermín, sentado a su lado, le lanzó una mirada curiosa.

—Entonces, ¿qué tal te ha ido tu primer entrenamiento y sin tu amiga? —preguntó con una sonrisa.

—No tan mal como pensaba —respondió Salma, encogiéndose de hombros. Cambio de tema:—. Aunque todavía no entiendo cómo no os ahogáis corriendo tanto.

—Es la práctica —respondió Fermín, sacando pecho con orgullo fingido—. Vosotras lleváis casi dos meses sin entrenar, y justo a comienzo de mudanza de vuelta de verano. 

—Ya, bueno.

Justo en ese momento, Lamine apareció junto a Héctor, mientras los demás caminaban lentamente mientras charlaban y bebían agua.

Uopa, mira a lo perezosos, veinte siglos en llegar, ¿eh? —bromeó Fermín, dándole un codazo a Salma—. ¿Puede que Lamine se quedó hablando con sus novias?

—Pueeede que sí y pueeeedee que no —dijo Héctor, cambiando su voz a una más aguda mientras levantaba las manos y se encogía de hombros.

—¿Mis novias? La madre de Héctor la primera, la tuya la segunda y la de aquellos de atrás. Tampoco es mucho. Nah, nah, mentira—Lamine levantó una ceja, deteniéndose justo delante de ellos—. Yo solo tengo una —dijo, sonriéndole a Salma, mostrando su sonrisa de brackets que tanto ama Salma. Luego miró a Fermín con fingida advertencia—. Eh, cabron, ni se te ocurra a ti robarme el sitio, bro.

Héctor sonrió al ver la expresión en el rostro de Lamine, se acercó a Salma y le tiró una botella de agua.

—Toma, reina. Que Lamine no te cuida nah de nah, ¿eh? —dijo, chocando puños con ella.

Salma agarró la botella en el aire y le devolvió el saludo con un golpe suave en el hombro cuando se sentó a su lado.

—Gracias, Héctor. Alguien que sí sabe cuidar de los demás —bromeó, mirando de reojo a Lamine, que se acercaba. Pero se paró a mitad para mirar con cara de pocos amigos a su mejor amigo.

Irónico, ¿no?

—Te crees gracioso tú, ¿no? Graciosillo de mierda —le soltó Lamine a Héctor. Ni más, ni menos.

—Co, hermano. Que no, que no.

—¿Reina de qué, chaval? ¿A quién te crees tú que llamas reina? ¿Qué yo no cuido a quién, eh? Que tú mucho hablar pero luego no te dura ni una. Encima, ni sitió me dejáis.

—Bro, siempre buscando mierdas, pero si tienes cincuenta metros de campo casi —exclamó Héctor.

—Paz y amor —se escuchó a Fermín, de fondo. Quién estaba sentado a lado de Salma, y al otro lado de Salma, Héctor.

Lamine le puso mala cara, pero casi se le escapaba la sonrisita.

Y se detuvo frente a ella, Salma, mirándola fijamente antes de inclinarse un poco.

—Baja las rodillas, anda —dijo, haciendo un gesto con las manos para que le hiciera caso.

𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora