Salma Martínez, 22:46 p.m.
Era una de esas noches en las que necesitaba escapar, así que salí a correr.
El mundo parecía más tranquilo, lo cual era engañoso, porque mi mente estaba lejos de la calma.
Mis auriculares se convirtieron en mi refugio inmediato, envolviéndome en música mientras intentaba dejar atrás las preocupaciones, el miedo y todo lo demás que me acechaba.
Comencé a correr, sintiendo como si cada paso que daba fuera alejándome de todo lo que me preocupaba.
Necesitaba ese tiempo para mí, para despejarme, para reconectar.
Mientras corría, no podía dejar de pensar en el día siguiente.
Iba a ser mi primer día en la Masía masculina, y la idea de estar rodeada de chicos en un entorno tan competitivo me hacía sentir una mezcla de nervios y anticipación.
¿Qué pasará? ¿Me recibirán bien? ¿Seré capaz de estar a la altura?
Pero, por alguna razón, la imagen que más rondaba mi mente no era la de los entrenamientos ni la de mis nuevos compañeros.
Era él.
Lamine.
¿Qué me pasa con él?
Me pregunté, mientras mi respiración se sincronizaba con el ritmo de la música.
Cada vez que pensaba en su sonrisa, en su forma de hacerme reír con sus bromas tontas, sentía algo que no podía ni quería definir.
No puedo enamorarme ahora.
Me decía una y otra vez, desde el día que lo conocí, pero su imagen seguía apareciendo, haciéndome cuestionar todo.
Llegué frente a la Masía sin darme cuenta y me detuve, mirando el edificio iluminado en la distancia.
Pensé en cómo sería estar ahí todos los días, en cómo cambiaría mi vida.
¿Qué significa todo esto?
Tantas preguntas a las que no encontraba respuesta.
Suspiré y volví a correr, esta vez más despacio, como si intentara correr de mis propios pensamientos.
La lluvia comenzó a caer, primero tímidamente, y luego con más fuerza.
Me encantaba correr bajo la lluvia, sentir las gotas frías en mi piel, como si el agua pudiera llevarse todo lo malo.
Pero de repente, sentí algo raro.
Al otro lado de la calle, vi a un chico.
Mhm, mala pinta.
Llevaba una capucha, y su ropa era tan oscura que casi se fundía con la noche.
Sus ojos se encontraron con los míos durante un segundo, antes de que apartara la mirada.
Ojos que no me daban naaadaaaa de buena espina. Ojos que daban miedo.
Sentí un escalofrío, pero traté de no darle importancia.
No seas paranoica.
Volví a ponerme en marcha, pero algo en mí no podía ignorar la sensación de que algo estaba mal.
Al girar la esquina, miré por encima del hombro, y ahí.
Justo a menos de veinte metros de mi.
Estaba él.
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.