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Lamine Yamal, 11:54 a.m.

Era cerca de mediodía, y yo seguía sentado en la cocina, medio dormido, jugando distraídamente con la cuchara en el bol de cereales que apenas había tocado.

 La noche anterior había sido demasiado, llena de emociones que todavía me tenían atrapado.

 Llegué a casa de mi madre cerca de la una de la madrugada, y aunque me tumbé en la cama, dormir fue lo último que hice. 

Me quedé dando vueltas, las imágenes de Salma, mi estrellita, invadían mi mente.

La forma en que me miraba, su voz, esa intensidad en sus ojos, me tenía completamente atrapado. 

No podía evitarlo; ella lo era todo en ese momento.

Salma... mi chica y mi estrellita, solo pensar en su nombre me hacia sonreír y mi corazón se aceleraba, pero la imagen de anoche de su rostro no dejaba de aparecer en mi mente.

La noche anterior había sido una de esas ocasiones en que sus barreras se derrumbaron.

Lo supe desde el momento en que la encontré corriendo por la calle sin casi aliento, en su expresión mientras hablaba, en su sonrisa forzada en algunos momentos, en la forma en la que sus palabras parecían pesar más de lo habitual, en cómo su mirada evitaba la mía por momentos y, sobre todo, esos ojos que tanto me enamoraban, parecían reflejar un mar de emociones que no podía descifrar del todo.

No puedo sacarme de la cabeza el momento en que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Había algo que la preocupaba, algo que no podía expresar con facilidad.

Y eso me tenía inquieto.

No soy de los que se asustan fácilmente, pero verla así me dejó sin palabras, y no porque no supiera qué decir, sino porque no entendía del todo qué estaba pasando. 

Me llenaba de preocupación.

Algo no estaba bien.

La forma en que se había derrumbado anoche, cómo se aferró a mí, como si el mundo se le estuviera cayendo encima... 

¿Qué estaba mal? ¿Por qué lloró? ¿Por qué tenía tanto miedo?  ¿Qué era lo que tanto la preocupaba? ¿Qué le daba miedo?

No podía sacarme esas preguntas de la cabeza.

Había algo más, algo profundo que la atormentaba cada segundo que pasaba con ella, y lo peor era que yo no sabía cómo ayudarla.

—¿Le estoy haciendo daño sin darme cuenta? —murmuré para mi mismo, como si alguien fuera a responder, dándole otra vuelta más a los cereales.

Estos cereales ya están pachuchos. Ya no quiero.

La idea me atormentaba.

Quería ser todo para ella, porque ella, ahora mismo, es mi todo, pero al mismo tiempo, no quería ser la razón de su dolor.

Nunca había hecho nada que pudiera dañarla, al menos eso creía. Y lo peor es que no sabía si estaba haciendo algo que le hacía daño sin darme cuenta.

 Nunca antes había sentido algo así por alguien. 

Nunca pensé que podría enamorarme de alguien así, tan de golpe, tan intensamente.

Nunca había pensado que podría enamorarme de alguien de verdad. Ni siquiera creía en el amor, o al menos, no lo hacía hasta que ella apareció en mi vida.

Todo en ella me tenía atrapado, desde su sonrisa hasta su manera de ser.

 Desde el primer momento en que la vi, supe que ella era diferente.

𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora