016

5K 448 93
                                    

Maratón 3/3

Salma Martínez, 2:47 a.m.

Nos levantamos del banco y decidimos dar un paseo sin rumbo, simplemente disfrutando de la noche y de la compañía del otro.

Caminamos por las calles desiertas, hablando de cualquier cosa que se nos ocurriera, riendo y bromeando como si no tuviéramos una sola preocupación en el mundo.

En un momento dado, mi móvil vibró y, distraída, me puse a revisar un mensaje.

Era Maya.

Maya: eo ya os habéis besado o q?

Salma: tu flipas loca

Maya: casaros ya

Salma: vete a dormir anda, q lo necesitas

Maya: mientras tu te divertes con tu  ricitos yo aquí escuchando el temazo del reloj de la casa de mi abue
             dios, no calla eh

Salma: PUAJAJAJA venga va
              Duerme pedazo de loca

Me reí.

Cuando levanté la vista, veo que Lamine ya no está a mi lado.

Ay, no. Se me ha perdido mi hijito.

—¿Lam...?— Me quedé con las palabras en la boca cuando lo vi.

Estaba parado frente a una puerta, con una sonrisa traviesa en el rostro.

Antes de que pudiera preguntar qué estaba haciendo, tocó el timbre y salió corriendo.

—¡Corre, Salma!

Me quedé un segundo congelada, incapaz de procesar la situación.

—¿Qué? —pregunté, riendo incrédula—. ¿Qué has ech...?

—¡He tocado un timbre! —respondió, riendo a carcajadas.

No puedo evitar soltar una risotada.

Lamine volvió donde estaba yo, que seguía casi sin moverme y me cogió como si de un saco de patatas se tratara.

Y comenzó a correr.

—¡Lamine! ¡Nos vamos a caer!— lo avise, preocupada—. ¡Para, para!

Eso era tan infantil, tan tonto, y sin embargo, tan típicamente Lamine.

Al final, decidí seguirle el juego.

Cuando giramos la esquina aún no podíamos dejar de reír.

Riendo como dos críos que acababan de hacer una travesura.

Cuando finalmente nos detenimos, sin aliento pero felices, lo miré con una mezcla de incredulidad y diversión.

—Estás mal de la cabeza. ¿Qué tienes, cinco años?

—Cuándo estoy contigo, sí. —responde, todavía riendo—. Además, había que animar un poco el hambiente.

—Eres un caso perdido, ricitos.

—Tu caso perdido.

Nos quedamos ahí un momento, recuperando el aliento y disfrutando del instante.

Su risa era contagiosa y su felicidad iluminaba la noche.

☆☆☆

𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora