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Salma Martínez, 13:55 p.m.

Tok tok... Tok tok. ¡Tok tok!

La puerta algo vieja de mi temporal habitación se abrió de un golpe brusco.

Ni si quiera he abierto los ojos pero ya se que eres Maya.

Alguien entró en la habitación y empezó a llamarme suavemente.

—¡Salma! Despierta, dormilona —susurró al principio, pero cuando no reaccioné, su tono se hizo más insistente—. ¡Vamos, Salmita! ¡Es casi la hora de la comida!

Un gruñido escapó de mis labios y me di la vuelta, tratando de ignorarla.

—Vete a la mierda... —murmuré, todavía atrapada en los remolinos del sueño.

—Despierta.

Bufé y sin si quiera abrir los ojos, le tiré todas las almohadas que tenía.

Pero Maya no era de las que se rendían fácilmente. Con toda la paciencia del mundo, volvió a insistir.

—¡Saaaalmaaa! ¡Qué te despiertes!

Sentí el impacto suave de las almohadas que le lancé en un intento desesperado de hacer que se fuera, pero ella simplemente rió.

—¡Lárgate!

En un movimiento rápido, me quitó la manta de un tirón, haciendo que me sentara de golpe.

—¡Eh! —grité, medio enfadada, medio adormilada—. ¡¿Qué haces, animal?!

—¿A mí? Nah, tranquila —dijo Maya con una sonrisa traviesa—. Solo que son las dos y llevo todo el día esperando a que despiertes y me cuentes que ha pasado con tu Romeo porque que hayas estado fuera hasta las cinco de la mañana significa que tienes muchísimo chisme y pa' un laaaaargooo rato.

Suspiré resignada, me levanté lentamente de la cama.

Mientras me desperezaba y trataba de despejarme, Maya se lanzó sobre mi cama, llena de emoción.

—Venga, cuéntamelo todo. ¿Qué pasó? ¿Dónde fuisteis? ¿Qué hicisteis? —preguntó, sus ojos brillando con curiosidad.

Vive por y para el chisme.

Aún casi medio dormida me dejé caer en una silla junto al escritorio y comencé a medio relatar la noche anterior.

—Bueno,— bostecé— fuimos a dar un paseo y terminamos sentados en un banco hablando de todo y de nada. Jugamos a... no sé, juegos. Él me picaba y yo le respondía... —empecé, recordando los detalles. Sonreí inconscientemente.

Maya me interrumpió con un grito de emoción.

—¡¿Y te besó?! ¡Dime que sí!

Sonreí y negué con la cabeza.

—No, no nos besamos. Casi pero...— ladeé la csbeza—. Lamine es... diferente.

—¿Diferente? ¿Casi?—preguntó Maya, intrigada—. ¿Cómo qué casi?

Me froté los ojos.

Sí, ahora es cuando empiezas a arrepentirte. Vergüenza me da ser tu conciencia.

Es algo complicado.

Maya me miró directamente, sin poder creérselo.

—¿Me estás vacilando?— Negué con la cabeza y ella cerró los ojos—. Espera, dime por favor qué no le has hecho la cobra...

𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora