Capitulo 3

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-Puedes respirar, nadie se va a morir- Adolfo golpeaba su espalda sintiendo la tensión al rededor de su persona- Lo siento, mala broma- levanto ambas manos al verlo molesto

-¿Que le paso?-

- Te lo dije, necesita descansar, su peso está por debajo de lo ideal y ya la viste, supongo que paso frío y hambre y...- Vicente se levantó molesto- aunque no lomdiga seguramente siente mucho dolor, eso es obvio, cuidala... El despacho es helado por las noches, estamos en otoño, lo sabes-

-Ella no me dijo nada-

-No te dirá nada, se la pasa disculpándose, siente que es una molestia... Mira ella es una buena chica, le diré a Sara que venga algunas veces para que no te fastidies, pero se bueno... Está claro que nadie se preocupa por ella-

-¿Porque tendría que hacerlo yo?-

-Porque eres un buen tipo y sabes reconocer a una pobre alma en desgracia. Y además tú fuiste quien decidió que se quedara-

-¿Que más podría hacer? Ni modo que dejara que los duendes la perdieran en el monte- y la risa de Adolfo sonó en eco en toda la casa

No era mentira para nadie que desde que María murió el mundo le fue complicado, el dolor lo ahogo y cuando le llegó la resignación se centro en alejarse del mundo. Siempre mantenía esa distancia prudente con todos, sus relaciones no duraban y a decir verdad, ni si quiera podría llamarlas así. Por ello entendía que tener a una hermosa chica en desgracia en su casa debía ser un reto para su persona.

Esa noche Vicente cuido de ella, la fiebre subía y bajaba y ella hablaba sin sentido.

"Perdón, no lo haré de nuevo"
"Por favor... Déjame salir..."
"Papá, por favor..."
"Ayúdenme..."

Cada súplica que salía de su boca se le pegaba en el pecho como si fuera una tachuela hiriente.

Que clase de monstruo era su marido, él jamás se atrevería a tocar a una mujer, pero en su experiencia a los hombres pequeños se les hacía muy fácil levantar la mano cuando de una mujer se trataba.

Ella no pudo hacer nada lo suficientemente malo para estar así y por primera vez desde que la recibió se dió cuenta de que quizá ella se sentía igual que él, era joven y muy bonita, ¿Porque querría estar en casa de un completo extraño? Seguramente sintió dolor o necesito ayuda y casi podía verla llorando en silencio para no molestar.

Se presionó la frente con ambas manos, cómo fue tan idiota, si, él no quería estar ahí, pero no fue algo que ella eligiera, nadie la dejo decidir.

Por la mañana la fiebre ya había pasado, Camila abrió los ojos sintiéndose mil veces más cómoda que los días pasados, la ropa de cama olía a madera, giro con esfuerzo la mirada, ese no era el despacho, no...

Y entonces lo vio, en el fondo de la habitación acostado sobre un sofá aún con el plástico, parecía que durmió ahí toda la noche, a su lado estaban algunas medicinas, suero, comida...

-Tonta Camila- se recriminó en vos baja intentando enderezarse- Ya estás dando problemas Camila- continuo recriminandose sintiendo la vejiga llena, cómo pudo bajo de la cama, pero apenas puso los pies en el suelo todo a su alrededor se volvió oscuro.

-Te tengo- aquel par de manos la sostuvieron mientras las rodillas le flaquean

-Yo... Yo...- tartamudeo apenas enfocando

-¿Baño?- asintio- bien, voy a levantarte-

Y de un tirón entraron a aquel cuarto de baño donde la puso con mucho cuidado en el suelo.

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