CAPITULO 23

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ROSALINE

Lucas aparco el taxi frente al edificio, esta vez había espacio y no teníamos indicaciones de hacer lo contrario. No sabíamos si esperar o regresarnos, tampoco le mandamos un mensaje o llamamos para preguntar, a Lucas le daba pena por si interrumpía una reconciliación justo en el sexo.

Optamos por quedarnos ahí unos minutos y ver qué pasaba, por suerte, paso el señor de los raspados y el abuelo nos invitó uno a cada uno. Nos los comimos afuera, el abuelo y yo recargados sobre el cofre, y Lucas sobre él.

A diferencia de nosotros, el abuelo no toco su raspado en ningún momento.

- No sé por qué pediste eso, ¿no eres alérgico al mango? – Pregunta, su hijo, con la boca llena y masticando, así que apenas y se le entiende.

- No es para mí, es para Diego.

- ¿Crees que lo arreglen? – Voltea a verme y me señala con su tenedor. – Ros, tú eres una chica.

- ¿Apenas te das cuenta? – Ruedo los ojos ante su tonto comentario.

- ¿Lo perdonarías?

- Bueno...yo no sé el escenario completo, así que...

- Más de dos años de relación y nunca ha dicho "te amo". Si o no.

- No, no lo haría.

- Ella no lo haría.

El abuelo y yo hablamos al mismo tiempo. Lucas se encogió de hombros y soltó un comentario sobre que era bueno que le guardara el raspado a Diego, porque si nosotros no creíamos que lo perdonarían, era porque era así y saldría destrozado.

Terminamos nuestro raspado y Diego seguía sin aparecer. Mi estomago gruñía, no he comida nada en todo el día y siento que en cualquier momento me desmayare, el raspado solo ayudo un poco, pero su efecto ya había pasado.

Veía intensamente la entrada del edificio, deseando que apareciera Diego por esas puertas, Lucas se unió a mí, supongo que con dos personas fue más fuerte el deseo, pues minutos después, finalmente se abrió la puerta.

Los tres nos pusimos alerta y nos pusimos de pie, no distinguimos si venia feliz o triste. Aunque supongo que acertamos, traía una mochila y si todo hubiera resultado bien, no vendría a vernos. O, o puede que tal vez pensó que seguíamos aquí y quiso ser buena persona y bajar a avisarnos que todo estaba bien.

Paso por nuestro lado, ignorándonos, se subió al taxi y azoto su puerta.

Ese imbécil. Dañara mi herencia.

- ¿Y si suben? – Pregunta, bajando la ventana.

Detuve a Lucas antes de que se subiera de copiloto.

- Tú maneja, siento que me desmayo.

Me hizo caso dando la vuelta para meterse a su antiguo asiento. Tal vez ahora maneje más calmado, ya no hay prisa. La última puerta se escucha, dando el aviso para prender el taxi y arrancar.

Nadie se atrevía a hablar. Por el rabillo del ojo, observo como el abuelo le pasaba el raspado a Diego. El raspado ya pasaba más como una bebida que como raspado, pero creo que él aprecio el detalle. Los sorbetes que le daba al popote se escuchaban por todo el lugar, opacando la música de la radio.

He pasado casi todo mi día en el taxi, la espalda y el trasero me duelen un poco. No he hecho mucho esfuerzo, pero me siento cansada. Tal vez sea porque no he comido nada más que un raspado en todo el día.

Lucas condujo, esta vez, en total calma y no como un loco desquiciado. No tenía energías para dar un vistazo a cómo iba la situación atrás. El tráfico había disminuido, así que pasamos "rápido". Nuestro edificio comenzó a verse así que me desabroche el cinturón de seguridad. Estábamos a un semáforo.

Rosaline al volante Donde viven las historias. Descúbrelo ahora