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Defensa De La Pared De Hierro (1)

Rashta estaba segura de que su hijo se había ido para siempre, pero la actitud confiada del vizconde la atormentaba con la duda.

—Y Rashta, piensa cuidadosamente. ¿Qué pensaría la gente si desapareciera repentinamente después de decir que eras una esclava fugitiva? ¿No dirían que el Emperador estaba tratando de ocultar algo?

Rashta estaba acostumbrada a escuchar hablar a Roteschu como si fuera a pisotearla, pero su voz de repente adquirió un tono agradable. Ella tragó saliva.

—Además, uno no puede vivir tan inocentemente en el Palacio Imperial. Tanto engaño, ¿cómo podrías dejar ese tipo de trabajo a alguien que no conoce tu secreto?

—¿Qué quieres decir?

—Criatura tonta, digo que debes dirigir esa mirada hostil hacia otra persona. Ya sé todo sobre ti. En otras palabras, puedo ser perfectamente tus manos y oídos.

—¡No necesito a alguien como tú!

El vizconde Roteschu se inclinó hacia ella.

—Jugar a disfrazarse no te convierte en una dama, Rashta. Quizás después de un tiempo podrás deshacerte del pasado y ser aceptada entre los nobles, pero para entonces, ¿seguirías siendo una concubina que el Emperador ame?

Los ojos de Rashta temblaron.

—El Emperador dice que sólo ama a Rashta.

—Tal vez. Tal vez no. Bueno, ¿cómo debería decir esto? No te has olvidado de mi hijo, ¿verdad?

Rashta se mordió el labio. El hijo del vizconde, que le había susurrado sus votos de amor, comenzó a cambiar a medida que se acercaba el nacimiento del bebé de Rashta. Él había comenzado siendo persistente y terco, pero gradualmente se agotó.

Después de que el bebé murió, Rashta le suplicó huir juntos. Finalmente, él le dijo:

«—Te amo, pero no quiero cambiar mi vida por ti

—Parecía que estabas atrapada en el lodo, y deseaba salvarte. Pero estaba equivocado. Tú eres el lodo, y no puedo salvarte. Incluso los niños nacidos de ti serán arrastrados a ese lodo y atrapados en él.»

Ese miserable día. No fue sólo el bebé lo que ella perdió.

Rashta apretó los puños, y la sangre comenzó a filtrarse desde donde sus uñas mordieron su carne. En lugar de detenerse, el vizconde Roteschu continuó pasando su lengua como una espada por las heridas de Rashta.

—Cuanto más te ame el Emperador, más mujeres pobres y hermosas mirarán tu situación y tendrán esperanza. Para escapar del lodo, querrán aferrarse al Emperador también.

—Entonces-

—¿Entonces qué? Nobles codiciosos, señores extranjeros y cualquier persona interesada en la alianza política enviará todo tipo de mujeres hermosas al Emperador. Y muchas de esas mujeres tendrán educación y estatus.

"..."

—No eres una emperatriz, Rashta. Si pierdes el amor del emperador, volverás a la esclavitud.

—Si ese es el caso... no sirve de nada si me ayudas o no.

—No. Depende de ti y de tu capacidad para permanecer a su lado, pero puedo asegurarme de que ninguna otra concubina aparezca o dure.

—¿Cómo?

—Primero tienes que dejarme entrar.

El vizconde Roteschu se inclinó ligeramente y habló en voz baja.

la emperatriz se volvió a casar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora