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La Furia de Heinley (2)

A pesar de la ira en el rostro de Sovieshu, el Príncipe Heinley no parecía impresionado.

—Estoy seguro de que Rashta escribió esas cartas. Solo se confundió por un momento. Los contenidos pueden ser confusos, ¿no es así?

—¿Tiene sentido confundir la mitad del contenido de las cartas?

La cara de Sovieshu se puso aún más roja. La princesa Soju estaba cautivada por ellos como si estuviera realmente entretenida, dejó el tenedor y comenzó a comer galletas mientras contemplaba el espectáculo.

—Dios mío... ¿Así que la Señorita Rashta tiene un cerebro pobre? ¿Diez cosas, medio olvidadas? Si su ingenio es el problema, entonces admitiré mi error.

En un instante, la atmósfera se volvió fea. Solo podía oír el sonido de la princesa Soju comiendo galletas. Con su personalidad vivaz y confiable, ella mostró su curiosidad en toda su extensión.

—¿Entre todos soy yo el extraño aquí? La dama que está sentada aquí, Rashta, se llamó a sí misma mi amiga ayer. Lo creí porque pensé que una dama famosa como Rashta no mentiría, y me pasé todo el día honrándola. Y como la princesa Soju lo dijo, yo era tan suave como una natilla humana.

La princesa Soju se estremeció.

—El Príncipe Heinley tiene buenos oídos.

—Así es.

La Princesa se puso automáticamente del lado del Príncipe Heinley cuando él la nombró. El Príncipe miró a su alrededor y volvió a hablar.

—Pero hubo algo extraño durante nuestra conversación. La Señorita Rashta no sabía más que la mitad de lo que ha intercambiado conmigo, además no sabía nada de nuestros recientes intercambios. ¿No es extraño que no conozca la mitad del contenido, así como el de hace solo una o dos cartas? La sirvienta de la Señorita Rashta tampoco lo sabía.

Todos asintieron, y las orejas de Rashta se pusieron rojas. Sovieshu fulminó con su mirada al Príncipe Heinley como si pudiera disparar rayos de sus ojos.

—Ya basta, Príncipe Heinley.

—Se suponía que era un asunto discreto, pero fue el Emperador del Imperio Oriental quien lo sacó a la luz.

—¿No debería un caballero proteger a su dama si está en problemas? Si el Reino Occidental condena a una pobre mujer por un asunto trivial y llama a eso caballerosidad, no queda nada que explicar.

—No, no. Mi dama ha sido falsamente suplantada, y yo también debo protegerla.

—¿Qué?

Una sonrisa juguetona se elevó en la boca del Príncipe.

—Por supuesto, mi conocido por cartas puede ser un hombre, no una dama.

Su mirada cayó sobre mí por un momento, y mi corazón se congeló. Me acordé que escribí ‘‘Soy un hombre’’ como una pista.

Está equivocado... ¿verdad?

Incluso si el príncipe Heinley descubriera que Rashta era el falso amigo, no había forma de que supiera que yo era el verdadero.

la emperatriz se volvió a casar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora