Capítulo 30:La informante

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La penumbra del despacho donde nos encontrábamos se hacía más densa conforme pasaban los minutos

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La penumbra del despacho donde nos encontrábamos se hacía más densa conforme pasaban los minutos. Antonella, sentada en el sofá de cuero, parecía una figura frágil y rota, con la sombra de quien solía ser apenas vislumbrándose en su expresión demacrada. El aire estaba cargado con la tensión de una semana de "terapia" que, en lugar de sanar, solo había profundizado su dolor.

Mi tarea aquí era clara: mantener a la Señora Avilés sumida en su desesperación. Su inestabilidad era útil para Kristen, y yo, bajo la identidad de la doctora Irina, estaba aquí para asegurarme de que nunca recobrara su fuerza. Pero mientras la observaba, la culpa comenzaba a erosionar mi determinación. Antonella era un mar de emociones turbulentas, y cada palabra que le decía no hacía más que agitar esas aguas.

—No puedo dormir, doctora Irina —murmuró Antonella, rompiendo el tenso silencio—. Veo a Antonio cada noche. Oigo su voz, susurros que me persiguen, y cuando despierto, solo queda el vacío. No puedo escapar de él, ni en mis sueños.

Sus palabras se deslizaron entre nosotras, cargadas de un dolor palpable. Fingí tomar notas en mi cuaderno, luchando por mantener la compostura. Cada sesión era un recordatorio de mi traición, y cada vez se hacía más difícil cumplir con mi misión sin sentirme asqueada por lo que estaba haciendo.

—Señora Avilés, lo que está experimentando es una respuesta natural a su pérdida —dije, usando un tono calmado y profesional, aunque sabía que mis palabras eran vacías—. Estos sueños, estos recuerdos, son su mente intentando procesar lo sucedido. Pero recuerde que no está sola en esto. Estoy aquí para ayudarla a superar este dolor.

Antonella me miró, sus ojos llenos de un odio y una tristeza que hicieron que mi estómago se retorciera. Sabía que en su interior, ella no confiaba en nadie, y mucho menos en mí, alguien que fingía ser su aliada mientras en realidad la hundía más en su miseria.

—¿Ayudarme? —repitió, su voz teñida de sarcasmo y desdén—. ¿Qué sabe usted sobre mi dolor? ¿Cómo podría entender lo que es perder a alguien así? ¿Cómo puede decirme que me ayudará cuando ni siquiera sé si puedo confiar en usted?

Se levantó de un salto, comenzando a caminar de un lado a otro del despacho, sus manos temblando de furia. Cada palabra que pronunciaba era como un látigo, cortante y afilado, dirigida tanto hacia mí como hacia sí misma.

—Antonio está muerto, doctora. ¡Muerto! —gritó, su voz quebrándose—. Y no hay nada que usted, ni nadie, pueda hacer para cambiar eso. ¡No quiero su ayuda! ¡No quiero su compasión!

Sus gritos resonaron en la habitación, y sentí cómo la culpa que había estado tratando de reprimir comenzaba a desgarrarme por dentro. Pero antes de que pudiera decir algo, Antonella salió del despacho, su ira dejando una estela de silencio opresivo.

Me quedé inmóvil, con el cuaderno aún en la mano, incapaz de apartar la mirada de la puerta por la que Antonella había salido. La culpa pesaba como una losa sobre mi pecho, y por primera vez en mucho tiempo, me pregunté si lo que estaba haciendo realmente valía la pena. Kristen quería a Antonella débil, quebrada, pero yo no podía evitar sentir que había cruzado una línea.

Amor Encubierto: Espía x Mafiosa GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora