20 de marzo de 2020 - día 33 (parte 4)

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A medida que el sol se sumergía en el horizonte, aún oculto por las nubes cada vez más oscuras, unas sombras finas y alargadas se proyectaban por el parque. No se filtraba mucha luz, enturbiada por el cielo húmedo y encapotado, y los edificios de alrededor empezaban a parecer más bien una prolongación sin fisuras del aparcamiento asfaltado y los campos de hierba, adquiriendo el mismo tinte gris y parduzco.

Jeongyeon estaba empapada en sudor.

No era solo el tiempo –de repente opresivo–, sino más bien la creciente tensión que se acumulaba en su estómago. La estructura del Velódromo, en toda su majestuosidad y escala, se cernía sobre sus cabezas y las de Jisung, a solo unos metros de distancia; el enorme agujero abierto en las paredes de cristal, simplemente mirándoles.

Cuanto más se acercaba el dúo, cuidadosa y vacilante como siempre, más detalles salían a la vista. El edificio era redondo, reluciente con paneles de metal y cristal, y lucía una amplia entrada que daba al aparcamiento. Por supuesto, las puertas estaban cerradas, aunque mostraban signos de haber sido forzadas; profundas marcas de arañazos, manillares doblados y bordes desconchados decoraban el inaccesible umbral.

La progresión lógica, para quienquiera que se hubiera visto obligado a abandonar las puertas, era cambiar a la pared de cristal unos centímetros a la derecha; allí era donde se había hecho el mayor daño, con un panel entero casi completamente desintegrado y medio arrancado del armazón metálico. Montones de fragmentos de cristal cubrían el suelo, completando el cuadro de un asalto exitoso.

Mientras Jisung y Jeongyeon se dirigían en silencio hacia la entrada, los engranajes de sus mentes empezaron a girar. Lenta pero inexorablemente, se acercaron a la pared derruida, observando las gruesas barras metálicas clavadas en el destrozado suelo de baldosas –dobladas en ángulo–, así como los muebles arrastrados y apilados en ordenadas pilas que formaban un semicírculo alrededor de la entrada.

Al pasar por encima de los fragmentos, sintiendo el cristal romperse y arrugarse bajo sus botas, cayeron en la cuenta de que el edificio pertenecía a alguien más.

"Esto no es... algo que ellos podrían haber hecho." El susurro de Jeongyeon era apenas audible. "No en tan poco tiempo."

Jisung caminó cautelosamente en paralelo a la barricada de muebles, observando la cantidad de pesados escritorios y armarios que habían sido amontonados. Arrastró los pies también por el suelo, donde casi todo el suelo había sido arrancado y excavado para acomodar los numerosos pinchos metálicos que ahora permanecían inactivos, oxidados y cubiertos por una fina capa de polvo y sangre apelmazada. Sacudió la cabeza, frunciendo el ceño.

"Aun así," razonó entonces, "podrían haber encontrado este lugar igual que nosotros, y aprovechar las barricadas para esconderse."

Jeongyeon no respondió, recorrió sin decir palabra el atrio del edificio, sin acercarse nunca a la barricada en forma de media luna. Algo estaba.... Mal.

La única abertura visible dentro de la alta e intrincada maraña de muebles, era un hueco bastante grande justo en medio del semicírculo. Lo que parecía ser una especie de cortina –colgada por unos clavos– ocultaba lo que hubiera al otro lado.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Jeongyeon, haciéndola jadear entre dientes apretados. No, algo estaba realmente mal.

"Creo que deberíamos irnos, Jisung-ah."

El chico se giró con expresión confusa, encontrando a Jeongyeon pálida y con los ojos muy abiertos.

"Noona, hemos visto a alguien moviéndose por aquí, desde el aparcamiento. Podrían ser los miembros. No podemos irnos, sin al menos asegurarnos de que no son ellos."

Burnt Down To Ashes | Twice FF | TRADUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora