Capítulo 18

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La celebración en la casa de los Blanchett continuaba con un ambiente festivo. La carne chisporroteaba en la parrilla, el vino fluía generosamente y la música impregnaba el aire. Mientras tanto, la pequeña Ada dormía plácidamente en su cuna, ajena al bullicio. A pesar de la alegría que se respiraba, la verdadera intensidad se concentraba en un rincón oscuro del jardín, donde Ángeles y Cate se mantenían apartadas y sentadas, envueltas en una atmósfera cargada de tensión y deseo.

Desde que llegaron, Ángeles no había soltado a Cate ni un momento. La rubia, perdida en el hechizo de la pelirroja, sentía que su vida giraba en torno a esa mujer que cada día revelaba nuevas y sorprendentes facetas. Pero lo que Cate no comprendía, o quizás se negaba a ver, era que Ángeles la tenía completamente dominada. Esa noche, había sido testigo de esa realidad cuando, obediente y deseosa de complacer, había seguido a Ángeles a la habitación para darle un sexo oral que había resultado exquisito y lleno de sumisión.

Sentadas juntas bajo la tenue luz que envolvía el jardín, Ángeles se inclinó hacia Cate, susurrando en su oído con una voz suave pero cargada de una autoridad innegable.

— ¿Eres mía, Cate? — preguntó, mientras su mano se deslizaba lentamente por el muslo de la rubia, ejerciendo una presión que hablaba de control y poder.

Cate, inmersa en su amor por Ángeles, apenas percibía el verdadero trasfondo de la pregunta. Para ella, todo era un juego de pasión, una afirmación de lo que sentía. Sonrió y asintió, susurrando con devoción:

— Sí, amor, toda tuya. — la rubia era tan amorosa que no veía maldad en nada.

Los ojos de Ángeles brillaron con una chispa oscura al escuchar esa respuesta. Para la mayoría de las personas, ella y Ada habían sido lo mejor que le había pasado a Cate, una bendición en su vida. Pero lo que nadie sabía, ni siquiera Cate, era que detrás de ese rostro angelical se escondía una oscuridad profunda, un ser con intenciones que iban mucho más allá del simple amor.

— ¿Soy tu dueña? — volvió a preguntar Ángeles, su tono dejando claro que no buscaba solo una confirmación, sino una rendición total.

— Eres completamente mi dueña, Ángeles — susurró Cate, con sus labios casi rozando los de la pelirroja, creyendo que todo esto era parte de su apasionado romance. Sin darse cuenta, estaba sellando un pacto con alguien que era todo menos un ángel.

La pelirroja sonrió con satisfacción, apretando los muslos de Cate con más fuerza, provocando un leve gemido que escapó de la rubia contra los labios de ella.

— Cate, escucha bien — dijo Ángeles, su voz firme y dominante, su mirada fija en los ojos de Cate, que estaban ahora nublados por el deseo. — Eres completamente mía. Yo soy tu única dueña y solo tendrás ojos para mí.

Cate, completamente hechizada, asintió sin cuestionar, creyendo que era parte de la dinámica de su relación.

— Solo tuya — respondió, convencida de que era solo otro juego de seducción, sin entender las verdaderas implicaciones de sus palabras.

Mientras las dos mujeres se besaban bajo las estrellas, el peligro latente de lo que realmente representaba Ángeles seguía oculto a los ojos de todos. Pero esa noche, Cate había dado un paso más en su entrega total, sin sospechar que estaba cayendo en las garras de un demonio disfrazado de ángel.

La noche avanzaba y la fiesta seguía en pleno apogeo, pero Cate y Ángeles ya no estaban entre los invitados. Se habían deslizado fuera del alcance de las miradas, y la intimidad de la habitación de Cate las acogía en un ambiente cargado de electricidad. La puerta se cerró con un suave clic, sellando el espacio donde se desataría una pasión que trascendía lo que Cate había conocido hasta ahora. Cate se dejó caer en la cama, su corazón latiendo con fuerza, tanto por el deseo que sentía como por la excitante anticipación de lo que sabía que estaba por venir. Ángeles, en cambio, se movía con calma, despojándose de sus tacones y desabrochando lentamente su vestido, sin apartar los ojos de su novia.

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