Capítulo 24

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Era una noche fresca y tranquila cuando Ángeles decidió que era hora de salir un poco y despejarse. Había pasado tanto tiempo concentrada en su trabajo y en su familia que necesitaba un respiro, y qué mejor manera de hacerlo que con sus amigas de toda la vida, Lena, Alejandra, y Carla. Habían acordado encontrarse en su bar favorito, un lugar acogedor con luces cálidas y una música suave que creaba la atmósfera perfecta para una noche de risas y conversación.

Ángeles llegó primero, como de costumbre, y se instaló en una mesa en la esquina, desde donde podía observar la entrada. No pasó mucho tiempo antes de que viera a Lena entrar, con su característico andar despreocupado y una sonrisa traviesa en el rostro.

— ¡Pero si es la mujer ocupada del año! — exclamó Lena al ver a Ángeles, lanzándole un beso en el aire mientras se acercaba. — ¿Qué hiciste para escaparte esta noche? ¿Le dijiste a Cate que te ibas a comprar leche?— Bromeaba.

— No, esta vez no tuve que inventar excusas. — Ángeles sonrió y bromeó también. — Le dije la verdad, que necesitaba un descanso. Y sorprendentemente, estuvo de acuerdo. — ambas rieron.

— ¡Vaya, qué milagro! — respondió Lena, riendo. — Aunque con lo agotador que es criar a tres niños, no me sorprende que te dejara salir. — Reía.

En ese momento, Alejandra y Carla llegaron juntas, riendo por algo que parecía ser un chiste interno.

— ¡Aquí estamos las chicas del barrio! — dijo Alejandra, levantando las manos en un gesto teatral. — ¿Dónde está el vino? Porque necesito uno, pero ya.

— Oye, Ale, primero siéntate, ¿no? — Carla bromeó mientras le daba un pequeño empujón. — Siempre tan dramática.

Todas se sentaron y comenzaron a ponerse al día, compartiendo chismes y anécdotas de sus vidas. El ambiente se volvió cada vez más relajado y lleno de risas a medida que las copas se vaciaban y se volvían a llenar.

— Les juro, lo más gracioso que me ha pasado esta semana — comenzó Carla, limpiándose una lágrima de risa — fue cuando intenté ponerle un disfraz a mi perro. ¿Sabían que los chihuahuas pueden volverse demonios en miniatura cuando les pones un suéter?

— ¡Ay, Carla! — exclamó Alejandra, riendo. — ¿Por qué siempre te pasan esas cosas? Eres un imán para el desastre.

— Lo peor es que el perro terminó odiándome por el resto del día — continuó Carla, haciendo pucheros. — No me dejaba ni tocarlo. ¡Y todo por un suéter con orejas de conejo!

Lena se inclinó hacia Ángeles, con una sonrisa cómplice.

— Bueno, hablando de disfraces y locuras, ¿recuerdas aquella vez en Halloween cuando tú y yo intentamos hacer calabazas con nuestros novios de secundaria? — preguntó, intentando contener la risa.

— ¡Oh, no me lo recuerdes! — Ángeles se llevó las manos a la cara. — Terminamos haciendo un desastre en la cocina, y al final nuestras calabazas parecían algo salido de una película de terror de bajo presupuesto.

— Pero lo mejor fue cuando los chicos dijeron que las nuestras eran las "más creativas". — Lena hizo comillas en el aire con los dedos. — Lo que en realidad querían decir era "las más horribles".

— ¡Créeme, lo recuerdo! — Ángeles rió, sacudiendo la cabeza. — Esas calabazas quedaron tan feas que ni siquiera los gatos del barrio se les acercaban.

Alejandra, que había estado escuchando la historia, intervino.

— Bueno, al menos no se les olvidó hacer los agujeros para las velas. Yo una vez hice una calabaza y me olvidé de hacerle ojos, así que terminé con una calabaza completamente ciega.

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