Capítulo 19

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Cate estaba en su elemento, disfrutando de la compañía de su familia, pero sus ojos volvían constantemente a Ángeles, quien, a pesar de participar en la conversación, parecía ligeramente distraída.

Cate, sin sospechar nada, se acercó a Ángeles y le susurró al oído:

— ¿Estás bien, amor? Pareces pensativa.

Ángeles le sonrió, una sonrisa que podría haber sido cálida, pero que ocultaba una tormenta interna.

— Estoy bien, solo pensaba en lo afortunada que soy de tenerte — respondió, pero sus ojos tenían un brillo que Cate no alcanzó a interpretar.

Mientras los minutos pasaban, Ángeles se excusó para ir al baño. Pero en lugar de dirigirse al baño cercano, subió al segundo piso, a la habitación donde había dejado su bolso. Cerró la puerta tras ella y sacó un teléfono diferente al suyo, uno que había estado manteniendo oculto. El nombre "Emilia" brilló en la pantalla.

Ángeles desbloqueó el teléfono y revisó los mensajes enviados al grupo de amigas de Cate. Todo estaba en orden. Los mensajes recientes, cuidadosamente escritos, aseguraban que Emilia estaba disfrutando de su "escapada" en el Caribe. Ángeles sabía que tenía que mantener esta ilusión a la perfección. Cualquier error podría levantar sospechas, y eso era algo que no podía permitirse. Luego, mientras se preparaba para regresar a la fiesta, guardó el teléfono en su bolso y tomó una pequeña navaja que había traído consigo. No la necesitaba esta noche, pero la sensación de tenerla le daba una extraña seguridad. Tocó el borde afilado, sonriendo para sí misma, y luego la guardó de nuevo, escondiendo con destreza cualquier rastro de su naturaleza oscura.

Ángeles volvió al jardín, donde Cate la esperaba con una copa de vino. La pelirroja envolvió su brazo alrededor de la cintura de Cate y la besó en la mejilla.

— Vamos a sentarnos un rato — sugirió Ángeles, y Cate, encantada de pasar más tiempo con ella, asintió.

Mientras se dirigían hacia un rincón apartado, Ángeles no podía evitar observar a todos los presentes con una ligera frialdad. En su mente, ya había evaluado a cada uno, decidido quién representaba una amenaza y quién no. Su amor por Cate era genuino, pero estaba teñido de una posesión enfermiza. Cualquiera que se interpusiera entre ellas no viviría para contarlo, como ya había sucedido con Emma y Emilia.

Sentadas una al lado de la otra, Cate empezó a hablar de lo emocionada que estaba por las primeras palabras de Ada, por la boda. Ángeles la escuchaba atentamente, pero en un momento, sus pensamientos se desviaron. Mientras acariciaba la mano de Cate, sus dedos se tensaron por un segundo.

— ¿Estás segura de que todo está bien? — insistió Cate, notando la tensión.

— Sí, lo estoy, solo que... — Ángeles vaciló, un desliz que rara vez cometía. — A veces pienso en lo que podría hacer si alguien intentara separarnos. No sé qué sería capaz de hacer.

Cate rió suavemente, tomando la confesión como humor y una muestra de amor profundo y protector.

— Nadie va a separarnos, mi amor. Estamos destinadas a estar juntas.

Ángeles la besó, con más pasión de la habitual, como si sellara un pacto silencioso con ella misma. Para Cate, aquel beso fue una afirmación de su amor. Para Ángeles, era una promesa de que nada ni nadie se interpondría entre ellas, sin importar el costo. Mientras la noche avanzaba, Ángeles planeaba cada movimiento con precisión, asegurándose de que su vida con Cate siguiera siendo perfecta a sus ojos, aunque el precio de esa perfección fuese manchado por la sangre.

Al día siguiente, Ángeles, Cate y Ada regresaron a la hacienda Las Rosas, después de pasar unos días con los padres de Cate. La casa estaba en silencio, sin la animada fiesta que habían dejado atrás. Solo ellas tres estaban en la casa, lo que permitió a Ángeles relajarse. Al llegar a la hacienda Las Rosas, la pelirroja cargó a Ada con ternura mientras Cate se encargaba de las maletas. La tranquilidad de la casa ofrecía un respiro después del bullicio familiar, y Ángeles aprovechó la calma para establecer una atmósfera de intimidad y control.

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