Capítulo 27

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Ángeles se dedicaba a cuidar de sus hijos mientras Cate trabajaba en la hacienda. Desde la muerte de Doth, Ángeles había decidido que no volverían a contratar niñeras, asumiendo el completo cuidado de Ada, Adan y Eva. Aunque la ausencia de Doth era una sombra persistente en su vida cotidiana, Ángeles intentaba mantener todo en orden para proteger a su familia.

— Los amo, mis bebés. — le decía Ángeles a sus hijos, con una ternura palpable en su voz.

— Mami. — decía Ada, abrazando a su mamá con cariño.

— Ma... — balbuceaba Adan, intentando comunicarse con su madre.

— Mis niños. — Ángeles abrazaba a los pequeños con un amor inmenso, mirando a Eva, quien aún no hablaba, pero reía y jugaba alegremente con sus peluches.

Cate observaba desde el umbral de la puerta, su mirada suave y contemplativa. Ver a Ángeles tan dedicada a sus hijos y tan amorosa le daba una mezcla de sentimientos, entre el alivio de ver a su familia unida y el dolor de las recientes tensiones que habían atravesado.

Un día, mientras Ángeles preparaba la cena en la cocina, Cate estaba en la oficina, organizando algunos documentos. Ángeles aprovechó un momento en que Cate estaba distraída para acercarse sigilosamente. La pelirroja se acercó por detrás de Cate y la abrazó, sorprendiendo a su esposa. Cate, que aún llevaba consigo una inquietud persistente sobre el reciente incidente, se sobresaltó al sentir el abrazo repentino. Sin embargo, al volverse y ver la mirada cariñosa de Ángeles, el miedo se disipó poco a poco. Ángeles, con una sonrisa en el rostro, había demostrado con sus acciones diarias que estaba comprometida a cuidar y proteger a su familia, incluso si el pasado oscuro seguía resonando en su mente.

— Amor, necesito tu deliciosa boca entre mis piernas. — susurró Ángeles en el cuello de Cate, besándolo con delicadeza y abrazándola con firmeza. — Los niños están dormidos, hazme sexo oral, lo necesito.

Cate sintió un cosquilleo en la piel al escuchar las palabras de Ángeles, una mezcla de deseo y preocupación. Aunque la perturbadora escena del pasado aún estaba presente en su mente, el cuidado y la devoción de Ángeles le daban un consuelo genuino.

Cate, con una sonrisa tímida y un toque de complicidad, asintió lentamente.

— Hace mucho que no te pruebo, Ángeles. — susurró Cate, dejándose guiar por la necesidad de satisfacer a su esposa y recuperar la conexión íntima que habían compartido antes. — Te haré mía.

Ángeles, sintiendo un alivio palpable, condujo a Cate detrás del escritorio. Allí, bajo la luz tenue y la serenidad de la casa, la rubia comenzó a besar a Cate suavemente. Sus labios se desplazaron con ternura por el cuello de su esposa, mientras desabrochaba su camisa con delicadeza. Cate liberó los pechos de Ángeles, besándolos a su antojo, luego continuó con su ombligo y pelvis. Con cuidado, levantó la falda de su esposa y bajó sus bragas, exponiendo su intimidad. La rubia empezó a lamer lentamente la vagina de Ángeles, disfrutando del sabor y de la conexión que compartían en ese momento íntimo. El deseo y la pasión que sentían ayudaron a suavizar las tensiones previas, renovando su vínculo amoroso y permitiendo que se enfocaran en el placer y la cercanía que siempre habían compartido.

El pasar de los días parecía haber restaurado cierta normalidad en sus vidas. Sin embargo, un día, mientras comían, Cate decidió plantear una pregunta que había estado rondando su mente.

— ¿Qué sucedió con Sarah, Ángeles? — Cate había estado atando cabos sobre algunas desapariciones extrañas de personas en su entorno, incluyendo algunos acercamientos amorosos hacia ella.

Ángeles, sin inmutarse, respondió con simplicidad:

— La desaparecí, me estorbaba.

— ¿La mataste? — Cate preguntó, incrédula.

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