Capítulo 10

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Después de que la lluvia amainó, Cate y Ángeles regresaron a la casa. La calidez del hogar y la satisfacción de lo ocurrido en las caballerizas las envolvieron en un ambiente de comodidad y felicidad compartida. Ambas estaban de buen humor, y tras una cena ligera, se dedicaron a cuidar de Ada. La pequeña fue el centro de su atención, y entre risas y caricias, lograron un breve momento de tranquilidad. Sin embargo, al caer la noche y retirarse cada una a su habitación, las cosas comenzaron a cambiar. Cate, tumbada en su cama, sentía que su cuerpo aún anhelaba la cercanía de Ángeles, deseando continuar lo que habían comenzado en el establo, pero a pesar de ese deseo latente, decidió dejar descansar a la pelirroja, permitiendo que el cansancio del día les diera un respiro.

Al día siguiente, Cate se despertó temprano y decidió tomar un baño para despejarse. Sin embargo, mientras el agua caliente caía sobre su piel, un torbellino de pensamientos y emociones comenzó a apoderarse de ella. Recordaba cada beso, cada caricia, cada susurro de la noche anterior, pero ahora todo eso estaba teñido de una preocupación creciente. ¿Ángeles sería capaz de renunciar luego de lo ocurrido en el establo? ¿Sería capaz de abandonarla a ella y a su hija? ¿Fue siemplemente sexo? El miedo comenzó a asentarse en su corazón, y una parte de ella, asustada por las posibles repercusiones, pensó en lo que podría pasar si Ángeles se quedaba en la hacienda. ¿Y si lo que compartieron en las caballerizas solo traía problemas? Quizás, por el bien de todas, la pelirroja debía irse. Pero, ¿realmente quería eso? Cate se encontraba en un dilema, atrapada entre su deseo por Ángeles y su responsabilidad como madre. No podía soportar la idea de que la pelirroja dejara a Ada… ni a ella. Pero tampoco estaba segura de lo que quería realmente. ¿Era solo sexo lo que la impulsaba hacia Ángeles? Esa pregunta la atormentaba.

Con estas dudas nublando su mente, Cate decidió que lo mejor sería poner distancia entre ambas. No quería tomar decisiones precipitadas que pudieran afectar su vida y la de Ada. Así que ese día, se mantuvo ocupada con tareas en la hacienda, tratando de evitar cualquier encuentro con Ángeles.

Por su parte, Ángeles pasó el día entero confusa y herida. Cate había estado ausente, sin dejar rastro de dónde estaba. La pelirroja se encargó de Ada, intentando llenar el vacío con la presencia de la pequeña, pero la lejanía de Cate la hacía sentir insegura y desconcertada. No entendía por qué Cate se alejaba después de lo que habían compartido. El día se hizo largo, y con cada minuto que pasaba, la confusión y la tristeza de Ángeles se acrecentaban. Sentía que algo había cambiado, pero no sabía cómo enfrentarlo. Finalmente, al caer la noche, se retiró a su habitación con una pesada sensación en el pecho, preguntándose si había hecho algo mal, o si todo lo que habían compartido había sido solo un espejismo.

Al otro día,l sol apenas comenzaba a asomarse cuando Ángeles se despertó. El sonido suave de la lluvia de la noche anterior había dado paso a un día despejado. La pelirroja se levantó, se fue a arreglar para ir a clases, luego se dirigió silenciosamente al cuarto de Ada quien dormía plácidamente en su cuna. Con movimientos suaves, cambió el pañal de la pequeña, la vistió con un conjunto rosado y la alimentó. Ada sonrió entre sus brazos, lo que hizo que el corazón de Ángeles se llenara de ternura.

Después de asegurarse de que la bebé estaba cómoda y segura, Ángeles bajó a la cocina. María, la cocinera, la estaba esperando con un tazón de frutas frescas.

— ¡Buenos días, María! — saludó Ángeles, con una sonrisa.

— Buenos días, niña. ¿Cómo está la pequeña Ada?

— Muy bien, dormidita otra vez. — Ángeles tomó el tazón que María le ofrecía y comenzó a comer un poco de las frutas.

— Aquí tienes, algo para que te lleves. — María le pasó una pequeña fuente con más frutas.

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