Capítulo 22

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Cate notaba con el paso de los días que Ángeles ya no era la misma persona que conoció al principio. Ángeles se dio cuenta de esto y decidió volver a ser la de antes, dulce, amorosa e intelectual, pero sin dejar de lado su fachada de misterio. Cada día enamoraba más a Cate, haciéndola sentir segura y profundamente enamorada. Finalmente, después de celebrar el primer cumpleaños de Ada, se casaron por la iglesia en una hermosa ceremonia en el jardín de su casa.

— Amor, me hace tan feliz ser finalmente tu esposa ante las dos leyes. Somos una familia...

Lo que Cate no sabía es que, además del amor y la obsesión que Ángeles sentía por ella, también la veía como la mujer perfecta para engendrar hijos. Ambas poseían sangres "perfectas" para traer al mundo hijos perfectos, al igual que los padres de Ángeles lo habían hecho con ella y su hermano. En la familia "Francés Landon" había una dinastía de perfección, tanto en belleza como en inteligencia. Sin embargo, lo que esa "mágica" ciencia no mostraba eran los demonios en los que se convertían con el tiempo. Por fuera, la maldad pura los caracterizaba, sin importarles el resto. A pesar de todo, la debilidad de Ángeles era Cate, y eso asustaba a sus padres, motivo por el cual Ángeles se mantenía alejada de su familia.

Con el paso de los años, Ada creció y ya tenía cinco años. Además, tenía dos hermanos, Adam Blanchett Francés, un rubio de ojos azules como su hermana Ada, el pequeño tenía tres años, y Eva Blanchett Francés, una pelirroja de ojos azules muy risueña y despierta para tener apenas un año de nacida.

— Amo a mis bebés. — Decía Cate, besando a sus hijos mientras jugaban en el césped.

Ángeles acababa de entregar y vender su última obra de arte, un gigantesco cuadro de pintura de óleo.

— Yo amo a mi hermosa familia. — Decía Ángeles, orgullosa de lo que estaba creando junto a su esposa y sus perfectos hijos.

— Amor, quiero otro bebé — dijo la pelirroja, besando la cabeza de Cate.

— Yo también, pero no por ahora. — Cate estaba cansada de tener bebés, era agotador, y ni hablar del dolor del parto.

Ese día, Cate tenía una reunión con sus amigas en el centro comercial. Iban a hacer compras y luego tomar un café.

— Bueno, Ángeles me dijo que quería otro bebé. — Sus amigas la miraron y rieron.

— Cariño, ya pareces uno de esos animales de granja que solo los tienen para crianza — dijo Cristina, riéndose junto a las demás.

— ¡Cristina! — Cate la regañó, pero luego volvió a reír.

— Cate, yo solo quiero saber qué cremas usas, porque cada vez pareces más joven. — Dijo Noemí mientras bebía su café.

— La respuesta a todo es Ángeles. — Bromeó Paula, riendo. Ángeles le había traído juventud y vida a la vida de Cate.

Después de la conversación en el café, Cate regresó a casa con una sonrisa en el rostro, pero con un sentimiento de agotamiento latente. A pesar de la felicidad que le traían sus hijos y su vida con Ángeles, la presión de estar a la altura de las expectativas de todos comenzaba a hacer mella en ella.

Al llegar a la hacienda, fue recibida por Ada corriendo hacia ella, y seguida por Adam que aún tambaleaban un poco en sus pequeños pasos, Eva está en la sillita de bebé mesedora. Cate los levantó en sus brazos, sintiendo el calor de sus cuerpos y el aroma dulce de la infancia. Ángeles, que estaba observando la escena desde la puerta, se acercó y abrazó a Cate por la cintura, apoyando la cabeza en su hombro.

— ¿Cómo te fue con las chicas? — Preguntó Ángeles suavemente, acariciando el cabello de Cate.

— Bien, amor. Solo charlamos un poco, nada fuera de lo común. — Cate sonrió, aunque en su mente resonaban las palabras de sus amigas sobre sentirse como una "máquina de criar".

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