Capítulo 11

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Cuando llegó a la hacienda, la encontró en silencio, con Ada durmiendo tranquilamente en su cuna. Ángeles la observó por un momento, sintiendo una mezcla de amor y responsabilidad hacia la pequeña. Pero en su mente, las palabras de Lena y Carla seguían resonando. ¿Debería ser valiente y tomar la iniciativa con Cate?

Después de asegurarse de que Ada estaba cómoda y feliz, se dirigió a su propia habitación para prepararse.

Encendió velas aromáticas y llenó la tina con agua tibia, agregando aceites esenciales y pétalos de rosa que flotaban suavemente en la superficie. Se despojó de su ropa y se sumergió en el agua, permitiendo que la calidez relajara cada músculo de su cuerpo y despejara su mente. Cerró los ojos y respiró profundamente, dejando que el aroma envolviera sus sentidos mientras meditaba sobre lo que estaba a punto de hacer. Después de su baño, se aplicó sus cremas favoritas que dejaban su piel suave y fragante. Secó su cabello y onduló sus rulos con sus dedos para verse inocente y eligió una delicada lencería blanca que acentuaba su belleza natural, luego sobre ella, se puso una bata de seda azul. Sin duda la joven pelirroja era un demonio. Sobre ella, se puso una bata decida azul.

Antes de dirigirse a ver a Cate, pasó de nuevo por la habitación de Ada. La pequeña estaba despierta, moviendo sus manitas con curiosidad. Ángeles la tomó en brazos, jugando con ella y riendo ante sus dulces balbuceos. La alimentó con su biberón y le cambió el pañal, asegurándose de que estuviera cómoda y lista para dormir. Depositó un suave beso en la frente de la bebé antes de dejarla descansar en su cuna.

Con el corazón latiendo con anticipación, Ángeles caminó hacia el dormitorio de Cate. Tocó la puerta suavemente, pero no recibió respuesta. Tomando una respiración profunda, giró el picaporte y entró con cautela. La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por una tenue luz que provenía del baño. El ambiente estaba impregnado de una fragancia fresca y relajante. Sin hacer ruido, Ángeles se acercó hacia la fuente de luz y, desde la puerta entreabierta del baño, pudo ver a Cate sumergida en la tina, con los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad en su rostro. El agua reflejaba su piel radiante y su cabello rubio caía en suaves ondas alrededor de sus hombros. La visión era hipnótica, y Ángeles sintió una oleada de afecto y deseo recorrer su cuerpo. Sintiendo que estaba invadiendo un momento privado, retrocedió silenciosamente y se sentó en el borde de la cama, esperando pacientemente a que Cate terminara su baño. Minutos después, escuchó el sonido del agua moviéndose y pasos suaves acercándose.

Cate salió del baño envuelta en una bata blanca, secándose el cabello con una toalla. Al levantar la vista y encontrarse con la presencia de Ángeles en su habitación, dio un pequeño salto de sorpresa.

- ¡Ángeles! ¿Qué haces aquí? - preguntó Cate, llevando una mano a su pecho en un gesto de sorpresa.

Ángeles sonrió suavemente, intentando transmitir calma y seguridad.

- Toqué la puerta, pero no respondiste. Pensé en esperarte para que pudiéramos hablar - respondió con una voz suave pero firme.

Cate frunció ligeramente el ceño, evidentemente confundida y un poco nerviosa.

- Es un poco tarde para conversar, ¿no crees? - dijo, caminando hacia su armario para buscar su pijama. - Estoy bastante cansada, ha sido un día largo.

Ángeles se levantó lentamente y se acercó unos pasos hacia Cate, manteniendo una distancia respetuosa pero mostrando determinación.

- Entonces, no hablemos... - dijo en un susurro, su voz cargada de una mezcla de anhelo y determinación.

Antes de que Cate pudiera reaccionar, Ángeles cerró la distancia entre ellas y capturó sus labios en un beso profundo y apasionado. Cate se quedó sin aliento, sorprendida por la intensidad del momento, pero rápidamente respondió al beso con igual fervor. El cuarto se llenó de sonidos de sus respiraciones entrecortadas, el roce de piel contra piel, y el latido acelerado de sus corazones.

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