(Comenten hijos de su reputa madre, o me vuelvo a ir)
Emma Soreen
Habían pasado dos meses desde que Juliette se fue, y todo se sentía diferente. La ausencia se notaba; no verla sentada en su lugar en la escuela seguía siendo extraño. Que lo hubiera dejado todo de un día para otro aún parecía irreal.
Lo peor de todo era la falta de comunicación. Al principio hablábamos todos los días, pero ahora era complicado. Yo tenía clases toda la mañana y apenas llegaba a casa tenía que salir para el trabajo. Mi madre, en su afán de "madurarme," decidió que debía esforzarme para ganarme las cosas, así que ahora mis días eran mucho más largos.
Además, había vuelto a boxeo, lo que me quitaba otras dos horas. Era agradable estar de vuelta, pero la emoción inicial se había esfumado desde que Juliette se fue.
El resto de los chicos también sentía el cambio, especialmente Camila y Denisse, que parecían más apagadas. Su partida nos afectó a todos. Pero pensaba en que esto era para su bien; con solo imaginar que esto la ayudaría a sanar, trataba de tranquilizarme.
Me encontraba inmersa en mis pensamientos, cuando un golpe en la puerta me hizo dar un respingo.
—¡Emma, deja de mirar al techo y lleva la orden a la mesa número cinco! —exclamó Kennedy, el gerente del restaurante.
Aproveché el momento en que se dio la vuelta para hacerle mala cara, ¿Por qué los gerentes siempre eran tan irritables?
—¡Emma! —volvió a gritar.
—¡Ya voy! —contesté a regañadientes, poniéndome el delantal mientras caminaba hacia la cocina—. Maldito anciano —murmuré entre dientes mientras me abría paso entre los cocineros.
Al llegar a la barra, Joshua se acercó y señaló un plato de espaldilla de pollo y una hamburguesa.
—Estos son los platos. Te conviene darte prisa; el chico es algo... impaciente.
Asentí, tomando los platos y dirigiéndome hacia el restaurante. Caminé entre las mesas hasta encontrar la número cinco al fondo, donde solo había una chica de espaldas, concentrada en su teléfono. Al llegar, dejé los platos en la mesa con una sonrisa profesional.
—Buenas noches, aquí está la ensalada de pollo y... —me detuve al reconocerla—. Zoey, hola.
Ella levantó las cejas, sorprendida.
—Emma, no sabía que trabajabas aquí.
Fruncí levemente el ceño, pero mantuve la sonrisa. Dejé la ensalada frente a ella y me incliné un poco.
—Te lo mencioné cuando trabajamos en el proyecto en equipo, ¿no lo recuerdas?
Zoey asintió.
—Sí, pero nunca me dijiste que era aquí —respondió, apoyando la barbilla en la palma de su mano mientras me observaba con curiosidad.
—Bueno... pues ahora lo sabes —dije, sonriendo de nuevo.
Ella me devolvió la sonrisa.
—¿Y cómo va el boxeo? ¿Mi papá ya te compró los guantes que querías?
—Oh, hablando de eso —me senté en la silla junto a ella, echando un vistazo rápido para asegurarme de que el gerente no estuviera cerca—. Gracias por los guantes, en serio. Fue un detalle muy lindo de parte de ambos.
Zoey negó suavemente y tomó mi mano con un apretón amistoso.
—Para eso están los amigos —contestó con una sonrisa cálida.