(COMENTEN, denme motivación 😡)
Juliette Delancey.
Era de día, y me encontraba recostada en la cama, mi teléfono en la mano y el corazón apretado. Miraba videos y fotos de los chicos mientras una lágrima se deslizaba de manera traicionera por mi mejilla. Pasaba de video en video, cada uno con alguna historia que parecía gritarme desde la pantalla. Ahí estaban las chicas y yo, en la casa, en la escuela, o incluso en alguna salida de fin de semana donde todos nos reíamos de cualquier tontería.
Pero luego... ahí estaba ella. Emma. Sus fotos, sus videos, los miraba una y otra vez como si intentar memorizar cada detalle fuera a hacerla aparecer frente a mí. Extrañaba todo de ella: la forma en que me hacía enojar con sus comentarios bobos, esa manera tan suya de hacerme sentir como si estuviera en un mundo aparte. En esos momentos, la necesidad de verla, de abrazarla y decirle que la amo, parecía quemarme por dentro. Pero claro, yo estaba en la otra punta del mundo, y cada kilómetro que nos separaba parecía volverse más pesado.
Suspiré. Estos meses habían sido insoportablemente solitarios sin Emma, pero, si soy honesta, también me habían servido para ponerme en pie. Había empezado a ir al psicólogo, y aunque al principio lo odié, debo admitir que me estaba ayudando. Al menos tenía a Michael, mi primo, que, aunque era un poco idiota, me acompañaba y hacía que no me sintiera tan fuera de lugar en este país.
Pese a todo, mi vida comenzaba a verse... ¿mejor? Sí, creo que sí. Más calmada, más liviana, con menos de esa angustia que solía arrastrar. Incluso mi salud había mejorado. El VIH no se había ido, pero los doctores decían que estaba cerca de ser indetectable. Tal vez nunca iba a llevar una vida "normal" pero por lo menos, sentía que estaba llegando a un punto de aceptación conmigo misma.
Sin embargo, ahora mismo, nada de eso parecía importar, porque ahí estaba yo, escondida bajo la cobija, lloriqueando en la oscuridad de mi cuarto, con la pantalla de mi teléfono como única fuente de luz. Hasta que, de pronto, la puerta se abrió de golpe, y las luces se encendieron, obligándome a cerrar los ojos por el destello.
Escuché unos pasos, y no tardó en llegar el clásico comentario estúpido de Michael.
— ¿En serio sigues de llorona? —dijo, con el ceño fruncido. — Basta, Juliette, supera y prospera.
Suspiré, tapándome completamente con la cobija y sin molestia en sonar amable.
— Vete a la mierda, Michael —repliqué, dándole la espalda y volviendo a mi teléfono—. Estás interfiriendo con mi rutina diaria.
— ¿Rutina? —preguntó, divertido—. ¿mirar fotos y videos de tus amigos y tu "novia"? Eso no es una rutina, Juliette.
— Claro que sí lo es. Los extraño mucho.
Él suspiró y, al parecer, se sentó en la cama.
— En unos meses volverás a verlos, calma.
— Pero yo los quiero ver ya, no en unos meses. Quiero ver a los chicos, a mi hermano, a Emma... Si no los veo pronto, voy a enloquecer.
— ¿Aún más? —soltó él, y yo destapé mi cabeza solo para fulminarlo con la mirada. El alzó las manos con resignación. — Mira, solo necesitas distraerte un poco. ¿Por qué no vamos a algún café o algo?
Suspiré, enderezándome en la cama.
— ¿Sabes algo? Últimamente me siento demasiado ansiosa, necesito moverme, distraerme un poco... no sé. Es como si tuviera tensión acumulada en el cuerpo, en los músculos, y todo me irrita más.