ÁNGELA
ANTES DE SABER LA IDENTIDAD DE ISABEL
Estábamos, Connor y yo, planeando cómo ponerle una trampa a Osvaldo. La tensión en el aire era palpable, llena de susurros de venganza y desconfianza. Justo cuando estaba a punto de compartir una idea más, la puerta se abrió de golpe y entraron los hombres con un ramo de flores y un peluche en la mano. Mis corazones se detuvieron por un instante al ver esos presentes, una mezcla de sorpresa y confusión.
Luego de la frustrante discusión que tuve con Connor, él se marchó con un portazo, dejándome con un cúmulo de emociones conflictivas. Sin perder más tiempo, decidí ir a la casa de Nicolás, sabiendo que necesitaba respuestas y quizás un poco de apoyo en medio de este caos.
Cuando llegué a la mansión de Nicolás, uno de sus secuaces me recibió y me llevó hacia su oficina. La mansión, un monumento de riqueza y poder, me envolvía con su opulencia, pero en ese momento, todo lo que podía pensar era en enfrentar a Nicolás. Al entrar, vi que él estaba sentado detrás de su escritorio. Una sonrisa se dibujó en su rostro al verme.
—Ángela, ¡qué sorpresa! —dijo, levantándose ligeramente.
No tenía ganas de intercambiar palabras vacías. Sin responder, me acerqué con determinación.
—¿Con qué derecho me mandas flores a mí? —grité, la indignación brotando de mi pecho— No me gusta que se pasen conmigo. Desde hoy, la alianza que teníamos se acaba. ¿Me estás escuchando? —insistí, viendo cómo la confusión se asentaba en su expresión.
Nicolás frunció el ceño, claramente confundido.
—¿Qué flores? ¿De qué diablo estás hablando? —preguntó, su voz llena de incredulidad.
—Las flores que me mandaste —dije, ya perdiendo la paciencia, mi voz temblaba de rabia.
—No envié ninguna flores —respondió, sacudiendo la cabeza, sin darme ninguna razón para dudar de su sinceridad.
Me quedé en shock, frozen en el lugar, luchando por procesar lo que estaba sucediendo. Sabía que tenía que mantener la calma; cualquier error podría ser fatal. Pero la idea de que alguien más estuviera intentando manipularme se sentía como un veneno en mis venas.
Nicolás, sintiendo mi confusión, tomó su laptop y comenzó a teclear con rapidez.
—Alguien vino a hacer negocio conmigo y, al parecer, era enemigo tuyo —dijo, con un tono que me puso alerta.
La información comenzó a asentarse en mi mente. Sentí una pequeña punzada de miedo, pero fue reemplazada rápidamente por la rabia. Al mirar la pantalla, vi un video que mostraba a la misma chica que había seguido a Connor al baño en la fiesta de la mansión.
—La mandé a investigar. Se llama Isabel Castillo, ¿te suena ese nombre? —preguntó Nicolás, su mirada fija en la pantalla.
Mi corazón se detuvo por un momento. Justo al escuchar su nombre, la rabia y el dolor regresaron como oleadas.
—¿Me suena? Esa perra es la culpable de la muerte de mi padre y del enemigo más fuerte que he tenido —respondí, apretando los puños, sintiendo que la ira comenzaba a aflorar.
Nicolás se quedó en silencio, observando mi reacción. El sonido del aire acondicionado en la oficina se sentía ensordecedor. La rabia burbujeaba dentro de mí, recordándome cada injusticia que había sufrido a causa de Isabel. No podía dejar que ella quedara impune.
—¿Dónde está ella? —pregunté, mi voz salió como un susurro firme, pero lleno de determinación.
Nicolás me observó, evaluando la tensión que emanaba de mí.
—No lo sé, pero estoy dispuesto a ayudarte —respondió, cerrando la laptop con un gesto decidivo.
La idea de cazar a Isabel me llenó de un extraño sentido de poder. Ya no sería una víctima. Tal vez, este era el momento de actuar y recuperar lo que me habían arrebatado.
—Necesito que me digas todo lo que sabes —exigí, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a circular en mi cuerpo.
Nicolás se inclinó hacia adelante, su mirada fija en la mía.
—Lo que sabemos es que Isabel tiene conexiones oscuras
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DESTRUCCIÓN © {2}
ActionÁNGELA CRANE Dicen que después de la tormenta llega la paz, pero en mi vida es después de la paz llega la guerra. Conmigo hagan lo que quieran, pero si tocan a mi hija, se armará la puta guerra. CONNOR TYNES Mientras viva, nadie en este mundo se atr...