CONNOR
El viento soplaba fuerte esa noche, casi como una advertencia de que algo estaba por venir. Me levanté temprano, incapaz de dormir. Algo en mi interior me decía que el momento estaba cerca, que no podíamos seguir en esta quietud indefinida. El peligro acechaba, pero no había rastro de Osvaldo ni de su gente. Sólo el frío y la incertidumbre.
Recorrí la propiedad como lo hacía cada mañana, asegurándome de que todo estuviera en orden. Los hombres estaban en sus posiciones, vigilando, atentos. Sabían que algo no estaba bien, podían sentirlo en el aire tanto como yo. Pero, ¿cuándo? ¿Cuándo Osvaldo haría su jugada? Esa era la pregunta que me había estado atormentando desde hacía días.
Regresé a la casa y encontré a Ángela junto a la ventana, mirando hacia la distancia. Su postura, aunque firme, delataba el cansancio que sentía. Se había pasado las últimas noches en vela, esperando, como si con sólo estar despierta pudiera protegernos. Me acerqué a ella en silencio, envolviéndola con mis brazos.
—Aún nada —le dije, tratando de suavizar la tensión que sentía en su cuerpo.
—Lo sé —respondió, sin apartar la vista de la ventana— Pero no puedo dejar de sentir que está cerca. Siento que algo va a pasar hoy, Connor. No puedo explicarlo.
Su intuición nunca había fallado. Ángela tenía una capacidad sorprendente para anticipar los movimientos de sus enemigos, una habilidad que le había salvado la vida más de una vez. Y si decía que algo estaba por suceder, entonces debía tomarlo en serio.
—Vamos a estar preparados, como siempre —le aseguré, dándole un beso en la cabeza. Pero mi mente ya estaba trabajando a toda velocidad, pensando en lo que debía hacer.
Antes de que pudiera decir algo más, Alaia entró corriendo en la habitación, su risa llenando el espacio. Me giré hacia ella, intentando ocultar la preocupación que sabía que aún estaba en mis ojos. No quería que nuestra hija sintiera el peso de lo que estaba ocurriendo. A sus pocos años, Alaia no debía cargar con la oscuridad que nos rodeaba.
—¿Puedo salir a jugar? —preguntó, con esa energía infinita que sólo los niños parecen tener. Ángela me miró, y en su expresión vi la misma duda que sentía. Quería que Alaia fuera libre, que disfrutara de su infancia, pero también sabíamos que la amenaza era real.
—Por hoy, quedémonos dentro —le dije con una sonrisa, tratando de que no sonara como una orden. No quería que Alaia sintiera que estábamos encerrados por miedo. Ella frunció el ceño por un momento, pero rápidamente cambió de tema, hablando de algún juego que quería enseñarnos.
Pasaron unas horas en esa calma tensa, pero con cada minuto que pasaba, el peso en mi pecho aumentaba. El día avanzaba lentamente, como si el tiempo quisiera estirarse justo antes del golpe inevitable. Mis hombres reportaban lo mismo: todo tranquilo. Demasiado tranquilo.
Hasta que no lo fue.
El sonido de pasos apresurados y voces bajas me alertó. Un soldado entró en la casa, su expresión seria. —Capitán, tenemos movimiento en el perímetro. Un grupo se aproxima desde el norte.
Mis sentidos se agudizaron. Lo sabía. Osvaldo había estado esperando su momento, y ahora, finalmente, se había decidido a actuar.
—Ángela, quédate con Alaia —le dije, la urgencia en mi voz imposible de ocultar. Ella me miró, dispuesta a protestar, pero sabía que la situación no dejaba lugar para discusiones.
Me dirigí al exterior, donde mis hombres ya estaban preparados. Los vi en sus posiciones, listos para lo que fuera. Respiré hondo, tomando la determinación que necesitaba. No había espacio para el miedo o la duda. Esto era lo que habíamos estado esperando, lo que habíamos estado preparándonos para enfrentar.
Salí al patio, donde pude ver las sombras de varios hombres avanzando a lo lejos. El viento frío me golpeó el rostro, como si quisiera despertarme completamente de cualquier atisbo de complacencia. Este era el momento. Mi mirada recorrió las caras de mis hombres, todos firmes, todos conscientes de lo que se avecinaba.
—Manténganse alerta, pero no disparen aún —ordené, sin apartar la vista de las sombras que se acercaban. Sabía que Osvaldo no haría su jugada principal de inmediato. Siempre había sido un estratega, un hombre que jugaba con el tiempo y con la mente de los demás.
Unos minutos después, los primeros hombres del grupo enemigo llegaron a la línea de visión clara. Era un pequeño grupo, claramente una avanzadilla. No reconocí a ninguno de ellos, lo cual no me sorprendía.
—Están esperando algo —dijo uno de mis hombres a mi lado.
Asentí. Claro que estaban esperando. Esto no era más que una prueba, una manera de medir nuestras defensas.
—Esto es sólo el principio —murmuré para mí mismo, mientras mis ojos seguían buscando entre las sombras. Sabía que lo peor estaba por venir, y que cuando Osvaldo hiciera su verdadero movimiento, tendríamos que estar más listos que nunca.
Me volví hacia la casa por un breve segundo, mi mente en Ángela y Alaia. Ellas eran mi razón para luchar, la razón por la que no podía fallar. No lo permitiría. Osvaldo podía venir con todo lo que tuviera, pero esta vez, estaba listo.
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DESTRUCCIÓN © {2}
ActionÁNGELA CRANE Dicen que después de la tormenta llega la paz, pero en mi vida es después de la paz llega la guerra. Conmigo hagan lo que quieran, pero si tocan a mi hija, se armará la puta guerra. CONNOR TYNES Mientras viva, nadie en este mundo se atr...