OSVALDO
Estaba en mi despacho esa mañana, el olor del café recién hecho impregnando el aire. La mañana había transcurrido en silencio, pero mi mente estaba un torbellino en constante movimiento, calculando cada paso que debía dar en mi plan de venganza contra Ángela. Su traición había ido demasiado lejos, y no podía permitir que se saliera con la suya. Debía encontrar la manera de hacerle sentir el dolor que me había infligido.
Eran casi mediodía cuando uno de mis hombres entró en la sala, su rostro reflejando una seriedad inusual.
—Señor, tengo información importante —dijo, su voz grave cortando el aire tenso del despacho.
—¿Qué es? —pregunté, sintiendo que algo no estaba bien.
—Le mandaron algo... —respondió, y antes de que pudiera pedir más detalles, él ya estaba moviéndose hacia la salida.
Lo seguí, la inquietud comenzando a enraizarse en mi estómago. ¿Qué podría ser tan importante? A medida que nos acercábamos a la sala, una sensación fría me recorrió la espalda. Entramos, y lo que vi me detuvo en seco: el cuerpo de mi hija, Isabel, yacía inerte en el centro de la habitación. Su piel pálida y sus ojos cerrados eran un cruel recordatorio de la vida que una vez había tenido.
El aire se me escapó de los pulmones, y la ira se convertía rápidamente en desesperación. Me arrodillé junto a ella, incapaz de contener la corriente de dolor que me invadía.
—Perdóname, Isabel —murmuré, sintiendo que el peso de mis decisiones caía sobre mis hombros como los escombros de un edificio en ruinas. No pude evitar recordar las palabras de advertencia que le había dado antes de mandarla. Había querido protegerla, pero la había empujado a este destino trágico.
Lloré en silencio, mis lágrimas cayendo sobre su rostro. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? La culpa me consumía, abrumándome con recuerdos de su infancia, de sus risas y momentos felices. Miré su cuerpo sin vida y comprendí que había hecho un grave error al usarla como una pieza más en mi juego de venganza.
Fue entonces cuando me asaltó la realidad: no solo había perdido a mi hija, sino que había desatado una tormenta que no podía controlar. Ángela no solo había afectado nuestro mundo; ahora había cruzado una línea que jamás podría perdonarle. La rabia burbujeaba en mi interior de nuevo, mezclando el dolor con el deseo de venganza.
—Haré que paguen por esto —susurré, cada palabra saliendo como un juramento de mi boca. El fuego que había encendido en mi corazón se reavivaba, y entendí que ahora era un objetivo más claro que nunca. Ya no sólo quería venganza; necesitaba justicia por lo que le habían hecho a mi familia.
Me levanté, el fervor de la furia comenzando a sustituir el dolor. Tenía que actuar, y la estrategia debía estar más calculada que nunca. Mi mente se ponía a trabajar rápidamente, buscando cómo lograr que Connor y Ángela sintieran en carne propia el horror que ahora habitaba en mi hogar.
Mía estaba la culpa, pero en su lugar también tomaba fuerza un nuevo propósito: no solo quería un plan, quería una guerra. Una guerra que no solo reivindicara la muerte de Isabel, sino que asegurara que nadie, y mucho menos Ángela, estuviera a salvo de las repercusiones de sus acciones.
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DESTRUCCIÓN © {2}
ActionÁNGELA CRANE Dicen que después de la tormenta llega la paz, pero en mi vida es después de la paz llega la guerra. Conmigo hagan lo que quieran, pero si tocan a mi hija, se armará la puta guerra. CONNOR TYNES Mientras viva, nadie en este mundo se atr...