ÁNGELA
El aire se volvió denso de repente, como si una presión invisible se hubiera instalado sobre la casa. Estaba de pie junto a la ventana, observando a Connor desde la distancia mientras coordinaba con sus hombres. La tensión en su cuerpo era evidente, y aunque intentaba mostrarse calmado, yo conocía demasiado bien esa expresión. Sabía que él también estaba esperando lo inevitable.
Mi mirada se desvió hacia Alaia, que jugaba tranquila a pocos metros de mí. Su risa llenaba la habitación, pero el miedo me mantenía paralizada. El instinto de protegerla me recorría como un veneno, y me odiaba a mí misma por no poder hacer nada más que esperar.
Entonces, todo se rompió.
El sonido fue ensordecedor. Un disparo, claro y rotundo, rompió la tranquilidad. Todo sucedió en un segundo, pero el impacto fue devastador. Mi corazón dio un vuelco, y antes de que pudiera reaccionar, un hombre irrumpió en la habitación, su rostro pálido de terror.
—¡Nos están atacando! —gritó con la desesperación de quien ya había visto lo peor. Su voz resonó en cada rincón de la casa, trayendo consigo una ola de caos.
Sentí que el suelo bajo mis pies se tambaleaba. Mi primera reacción fue buscar a Connor. Mis ojos lo encontraron, y durante un breve instante, nuestras miradas se cruzaron. La suya era una mezcla de alerta y determinación, pero también algo más: preocupación por nosotras.
Alaia, que hasta entonces había estado jugando sin ninguna preocupación en el mundo, se sobresaltó al escuchar el disparo. Su sonrisa desapareció, y el miedo se reflejó en sus ojos grandes, redondos. El ruido la había asustado, y comenzó a llorar, un llanto que me partió el alma. El corazón se me hizo un nudo al ver cómo las lágrimas caían por sus mejillas mientras levantaba los brazos hacia mí, buscando consuelo.
Me agaché rápidamente, envolviéndola en mis brazos, sosteniéndola con fuerza mientras trataba de calmarla. Pero, ¿cómo se calma a un niño cuando ni siquiera tú misma puedes controlar el miedo que te consume? Mi respiración estaba agitada, mis manos temblaban. Intenté mantener la calma por Alaia, por mí, por todos, pero todo dentro de mí gritaba peligro.
—Shh, tranquila, cariño —le susurré al oído, aunque las palabras se ahogaban en mi garganta. Su cuerpecito temblaba en mis brazos, y cada sollozo de Alaia era un recordatorio de lo vulnerable que éramos en ese momento. La apreté más fuerte contra mi pecho, como si con eso pudiera protegerla de lo que estaba por venir.
Connor se movió rápido. Lo vi acercarse, su rostro tenso pero controlado. —Ángela, llévala al sótano —dijo con voz firme, pero no había duda de que la preocupación por nosotras lo estaba consumiendo. —Es más seguro ahí. Quédate con ella, pase lo que pase.
Mi corazón se aceleró, pero asentí. No había tiempo para discutir, no en ese momento. Sabía que él haría todo lo posible por mantenernos a salvo, pero también sabía que no podía distraerse pensando en nosotras. Tenía que estar enfocado, y yo debía asegurarme de que Alaia estuviera fuera de peligro.
—Vamos, Alaia, todo estará bien —le dije con suavidad, aunque sabía que no había forma de que esas palabras calmaran el terror que veía en sus ojos. Me dirigí rápidamente hacia la puerta trasera, cargando a nuestra hija, mientras el ruido de los disparos aumentaba afuera.
Cada paso que daba se sentía como si estuviera caminando sobre cristal, frágil, a punto de romperse. Podía oír el caos en el exterior, el sonido de más hombres gritando, órdenes siendo lanzadas, pero no me detuve. No podía. Llegué a la puerta que conducía al sótano y la abrí con manos temblorosas.
Alaia seguía llorando en mis brazos, su pequeño cuerpo aferrado a mí como si fuera lo único que la mantenía a salvo. Entramos en el sótano, y el aire ahí era frío, húmedo, pero al menos estábamos a salvo, o eso quería creer.
Me senté en el suelo de cemento, con Alaia aún pegada a mí, y traté de calmar mi respiración. Cada sonido, cada eco de lo que sucedía arriba, me hacía estremecer. No podía dejar de pensar en Connor, allá afuera, enfrentando lo que fuera que Osvaldo había enviado. Quería estar con él, ayudarlo, luchar a su lado, pero sabía que ahora mi única misión era proteger a Alaia.
El tiempo se volvió algo extraño, como si los minutos pasaran más lentos, estirándose mientras la tensión crecía en el ambiente. Las lágrimas de Alaia poco a poco se fueron calmando, y su respiración, que antes era entrecortada, se estabilizó, aunque seguía temblando. La acuné en mis brazos, susurrándole palabras tranquilizadoras que apenas yo misma creía.
—Mamá está aquí, Alaia —le dije— Todo estará bien.
Pero el miedo seguía ahí, latente en cada rincón de mi mente. Sabía que lo peor aún no había pasado. Sabía que Osvaldo había llegado. Y que esto solo era el comienzo.
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DESTRUCCIÓN © {2}
ActionÁNGELA CRANE Dicen que después de la tormenta llega la paz, pero en mi vida es después de la paz llega la guerra. Conmigo hagan lo que quieran, pero si tocan a mi hija, se armará la puta guerra. CONNOR TYNES Mientras viva, nadie en este mundo se atr...