25.- La sombra de la guadaña

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El caos de la batalla se extendía por las murallas de Fontaine, las fuerzas Fatui avanzaban con una agresividad que pocas veces se había visto. Arlecchino, ahora en el corazón del conflicto, se movía con una gracia mortal entre los enemigos. Su lanza, larga y estilizada, con una hoja curva que recordaba a una guadaña, cortaba a través de los soldados con precisión letal. Cada golpe era calculado, una danza de destrucción que la separaba de los demás combatientes en el campo.

Las luces parpadeantes de los faroles que colgaban sobre las calles iluminaban brevemente su figura mientras esquivaba ataques y contraatacaba con una ferocidad controlada. Aunque la confusión reinaba en la ciudad, Arlecchino mantenía la calma, su mente enfocada en su objetivo: el comandante Fatui que había visto desde la distancia.

—No dejaré que Fontaine caiga por culpa de su codicia, —murmuró, apretando el mango de su lanza con fuerza.

A lo lejos, el comandante, un imponente oficial Fatui con armadura negra y roja, observaba la batalla desde una colina elevada. Parecía confiado, seguro de la victoria, sin darse cuenta de que su fin se acercaba rápidamente en la forma de Arlecchino.

Mientras avanzaba, su lanza cortaba el aire, trazando arcos letales con cada giro. La guadaña se movía como una extensión de su propio cuerpo, su filo brillando bajo la tenue luz de las estrellas. Los soldados Fatui que intentaban detenerla caían uno por uno, incapaces de seguir el ritmo de su velocidad y precisión.

—¿Acaso no saben lo que está en juego? —se preguntó en voz alta, sin detenerse ni un momento en su avance.

[...]

En otro punto de la ciudad, Furina y Jean coordinaban la defensa de las murallas. Furina, con el poder del agua a su disposición, lanzaba ataques a distancia, mientras Jean se enfrentaba cuerpo a cuerpo contra los soldados que lograban acercarse. La Arconte sabía que el "Corazón de Fontaine" era el verdadero objetivo de los Fatui, pero aún no había logrado averiguar cómo planeaban apoderarse de él.

—¿Dónde está Arlecchino? —preguntó Jean entre ataques, sus ojos escaneando el campo de batalla.

—Fue tras el comandante, —respondió Furina-. Si lo elimina, podemos ganar algo de tiempo.

Jean asintió, pero su expresión seguía cargada de preocupación. Sabía que confiar en Arlecchino seguía siendo un riesgo. Aunque había demostrado su valía en las últimas horas, su pasado como Heraldo de los Fatui seguía siendo una sombra difícil de ignorar. Pero no había tiempo para dudas. La batalla requería toda su atención.

—Mantengámonos enfocadas, —dijo Jean—. No podemos fallar aquí.

[...]

Mientras tanto, Arlecchino ya había alcanzado la colina donde se encontraba el comandante Fatui. La figura imponente del oficial se giró lentamente, como si hubiera estado esperando su llegada todo el tiempo. Su armadura oscura brillaba a la luz de la luna, y en su mano sostenía una gran espada que emitía una siniestra luz roja.

—Así que finalmente llegas, —dijo el comandante con una sonrisa burlona—. ¿La Heraldo traidora de Snezhnaya viene a enfrentarse a su propio pasado?

Arlecchino no respondió de inmediato. En su mente, el eco de sus propias palabras de antes resonaba: "Pensé que había dejado atrás ese pasado oscuro..." Pero aquí estaba, una vez más, enfrentando las consecuencias de sus decisiones.

—Tú y yo no somos tan diferentes, —continuó el comandante—. Ambos conocemos el poder del miedo y la violencia. Ambos hemos servido a Snezhnaya. Pero tú... —Su sonrisa se ensanchó—. Tú fuiste débil. Intentaste cambiar. Y eso es lo que te hará caer.

Sombras y aguas profundas | ArlefuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora