23.- Las sombras del pasado

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El ocaso teñía los cielos de Fontaine en tonos rojos y naranjas, como si el mismo horizonte ardiera. La brisa marina, fresca y constante, no lograba disipar la tensión que aún pesaba sobre la ciudad. El grupo había decidido separarse temporalmente para prepararse para las batallas venideras, pero no todos estaban en calma. En un rincón apartado, lejos del bullicio de las defensas de la ciudad, Arlecchino caminaba a lo largo de la costa, buscando en la soledad un alivio a los pensamientos que la atormentaban.

El sonido de las olas golpeando las rocas resonaba en el silencio. Arlecchino llevaba la mirada fija en el horizonte, pero su mente estaba en otro lugar, perdida en recuerdos que la envolvían como una tormenta. Aunque había tomado la decisión consciente de mantenerse alejada de sus viejas costumbres, sabía que la oscuridad de su pasado la seguía como una sombra omnipresente.

Durante tantos años había sido la implacable Heraldo de los Fatui, alguien que no tenía lugar para dudas ni debilidades. Había cometido actos que la perseguían, decisiones crueles que la hicieron ganarse el título de "Padre". Pero ahora, en Fontaine, frente a Furina, había sentido una chispa de algo diferente. Una parte de ella deseaba cambiar, ser algo más que el monstruo que los Fatui moldearon, pero la verdad era más cruel. No podía huir de lo que era. Y esa verdad la estaba aplastando.

Arlecchino se detuvo en seco, con los pies firmemente plantados en la arena húmeda. El reflejo del agua frente a ella mostraba su propia imagen distorsionada por las ondas. Era un reflejo simbólico de su propio ser: fragmentado, distorsionado, incompleto. No podía reconocerse a sí misma. No como la nueva persona que intentaba ser.

Nota: Los siguientes diálogos de Arlecchino son una referencia a un diálogo de Fushiguro Toji en el doblaje Latino de Jujutsu Kaisen uwu

—Algo andaba mal... —murmuró en voz baja, como si esas palabras pudieran aclarar la niebla en su mente—. ¿Quién se atreve a cambiar el pasado sin enfrentarse a sus propias sombras?

La voz de Arlecchino era más amarga de lo que había esperado. Sus propios sentimientos la sorprendían, revelando una vulnerabilidad que había intentado enterrar. Sabía que había intentado redimirse, pero lo que no había previsto era lo difícil que sería. Su orgullo, siempre tan fuerte, había sido su caída en más de una ocasión.

—Es algo que debí haber considerado antes de intentar redimirme. Quise demostrar que podía ser mejor, y por orgullosa me aferré a lo que era. —Su mandíbula se tensó mientras pronunciaba esas palabras—. Rompí mis propias reglas, tratando de mostrar que podía ser diferente. Pero mi ego me condenó a revivir mis errores.

Los recuerdos la golpearon de golpe. Sus años sirviendo a los Fatui, liderando misiones implacables donde su única regla era cumplir con sus órdenes, sin importar el costo. Cada acto de crueldad, cada traición, cada muerte... ¿cómo podía pretender ser diferente? Era ridículo pensar que alguien como ella merecía una segunda oportunidad. Arlecchino cerró los ojos, reviviendo esas decisiones como un eco que nunca desaparecía.

Su voz se quebró un poco mientras continuaba, como si estuviera confesándose a las olas. —Pensé que había dejado atrás ese pasado oscuro, que había elegido un camino en el que no tuviera que compararme con lo que fui. Pero aquí estoy, enfrentando las consecuencias de mis propias decisiones.

Los recuerdos seguían atormentándola: las miradas de odio de aquellos que había traicionado, las vidas que había destruido en nombre de una causa que ahora se le antojaba vacía. Y ahora, intentaba ser parte de algo más grande, pero el miedo a repetir sus errores la paralizaba. Sabía que no tenía derecho a la redención, no después de lo que había hecho.

Mientras Arlecchino permanecía atrapada en su dolor, una figura la observaba desde lejos. Furina había seguido sus pasos, aunque había mantenido la distancia. No había querido interrumpirla, pero al verla ahora, rota y consumida por su pasado, sintió una punzada de empatía. Aunque Furina sabía que debía ser cautelosa con Arlecchino, también reconocía la lucha interna que la Heraldo enfrentaba. Furina, como Arconte, también conocía el peso de las expectativas, el miedo al fracaso.

Se acercó lentamente, sus pasos casi inaudibles sobre la arena húmeda. No tenía la intención de interrumpir el momento de Arlecchino, pero sabía que debía decir algo. Una parte de ella sentía que era lo correcto.

—No puedes dejar que el pasado te defina, Arlecchino, —dijo Furina en voz baja, sin mirarla directamente. Sabía que las palabras podrían sonar vacías, pero eran sinceras—. Todos cometemos errores. Incluso los Arcontes. Incluso yo.

Arlecchino se sobresaltó por la voz de Furina. Había estado tan inmersa en sus propios pensamientos que no había notado su presencia. La miró de reojo, pero no respondió de inmediato. Había algo en las palabras de Furina que resonaba dentro de ella, pero no podía aceptar ese consuelo tan fácilmente.

—Eso es fácil de decir, viniendo de alguien como tú, —respondió finalmente, su tono frío pero menos desafiante de lo habitual—. Tú no has hecho lo que yo he hecho. No has visto las sombras que me siguen. No tienes idea del peso que cargo.

Furina se acercó un poco más, lo suficiente para ver el reflejo de Arlecchino en el agua, y se detuvo a su lado. —Puede que no entienda todo lo que has vivido, pero sé algo sobre el peso de las expectativas y las decisiones que uno toma. —Hizo una pausa, su mirada se volvió más suave—. Todos tenemos sombras, Arlecchino. La pregunta es si dejamos que nos consuman, o si aprendemos a vivir con ellas.

Las palabras de Furina no ofrecían una solución mágica, pero habían tocado una fibra en Arlecchino. Por primera vez, consideró que tal vez, solo tal vez, podía aprender a convivir con su pasado, en lugar de intentar borrarlo.

—No es tan simple, —dijo Arlecchino en voz baja, pero su tono ya no tenía la dureza de antes. El peso de su carga seguía ahí, pero algo en la presencia de Furina la hizo sentir que no tenía que cargarlo sola.

Ambas quedaron en silencio, contemplando las olas que se rompían suavemente contra la orilla. Aunque no dijeron más, algo cambió en ese momento. Las sombras del pasado no se habían disipado por completo, pero por primera vez, Arlecchino sentía que tenía la oportunidad de enfrentarlas con alguien a su lado.

Sombras y aguas profundas | ArlefuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora