40.- Un último baile

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El eco de la risa burlona de Pulcinella resonaba en las paredes del palacio de Fontaine, mientras sus fuerzas irrumpían en la sala donde los Arcontes protegían el Corazón de Fontaine. La energía oscura que el heraldo había liberado empujaba a los Arcontes hacia atrás, llenando la cámara de una tensión palpable mientras el verdadero plan de los Fatui salía a la luz.

Furina, todavía recuperándose del impacto, se levantaba con dificultad. Su mirada se clavaba en Pulcinella, llena de furia contenida. Todo el sufrimiento de Fontaine, el caos que su pueblo había soportado, se revelaba como una trampa tejida por las ambiciones desmedidas de Pulcinella.

—No puedes ganar, Pulcinella, —gruñó Furina, sintiendo el peso de su deber como Arconte Hydro—. Fontaine no caerá ante los Fatui, ni mucho menos ante ti.

Pulcinella avanzó con una calma peligrosa, ignorando las palabras de Furina. Su atención se centraba únicamente en el Corazón de Fontaine, que pulsaba con energía inestable. —Oh, querida Furina, el juego ya está decidido. El caos que el Corazón desatará será tan grande que ni tú ni nadie podrá detenerlo. Teyvat caerá, comenzando por tu preciada Fontaine.

Mientras tanto, los Arcontes recuperaban el aliento, listos para la batalla definitiva. Nahida, con una mirada serena y decidida, invocó su poder Dendro. Sus raíces comenzaron a envolver el Corazón, intentando protegerlo de la corrupción.

—El equilibrio debe ser restaurado, no destruido, —susurró Nahida, su voz suave pero cargada de poder mientras raíces y flores crecían alrededor del artefacto.

Raiden Ei desenfundó su espada, sus ojos fijos en Pulcinella. —No permitiremos que destruyas Fontaine. Este es tu último acto.

Pulcinella sonrió con malicia, su confianza inquebrantable. —¿Terminar aquí? ¿Con ustedes? Qué idea tan ingenua. Este mundo está destinado a sumergirse en el caos, y nosotros solo estamos acelerando el proceso.

Antes de que Raiden pudiera dar un paso, una sombra veloz se deslizó en la sala. Arlecchino había llegado, sus pasos silenciosos pero imponentes. Todos los presentes se giraron hacia ella, sorprendidos por su aparición inesperada.

—Padre... —la voz de Lyney temblaba desde la entrada. Sus ojos se llenaban de preocupación al ver a Arlecchino avanzar hacia Pulcinella.

Arlecchino no respondió a su hijo adoptivo. Sus ojos estaban fijos en Pulcinella, su enemigo desde dentro y fuera de los Fatui. Su expresión era seria, pero había algo diferente en su mirada, algo más profundo que lo que había mostrado antes.

—No tienes que hacer esto, —murmuró Furina. Su voz apenas era audible, cargada de una mezcla de sentimientos que no alcanzaba a comprender completamente—. No necesitamos más destrucción.

Pulcinella soltó una carcajada burlona, levantando una ceja con curiosidad. —¿Qué vas a hacer, Arlecchino? ¿Traicionarás a los Fatui? ¿A tus propios principios? ¿A lo que siempre has sido?

Arlecchino, con su habitual calma, dio un paso más cerca de Pulcinella. —Nunca fui parte de los Fatui, no en el sentido que tú crees. Solo me he servido de ellos para mis propios fines. Pero esto termina aquí.

Pulcinella retrocedió un paso, su rostro deformado por la rabia. —¡Traidora!

Arlecchino desenvainó su guadaña-lanza, la hoja curva brillando a la luz tenue de la sala. —Fontaine no caerá. No mientras yo siga de pie.

Con una velocidad vertiginosa, Arlecchino se lanzó hacia Pulcinella. El choque de sus armas resonó en la sala, enviando ondas de energía a su alrededor. El combate entre ambos era feroz; Pulcinella, astuto como siempre, usaba todas las artimañas a su disposición, pero Arlecchino era imparable, cada golpe de su guadaña más certero que el anterior.

Sombras y aguas profundas | ArlefuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora