CAPÍTULO 4

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A Sarocha Chankimha siempre le ha encantado la Feria del libro aunque en los últimos años, la disfruta mucho más cuando ella es una de las autoras por la que la gente hace cola para llevarse una novela firmada. Sin embargo, este año el sabor será agridulce, porque la editorial ha decidido que ella y Rebecca Armstrong, firmen juntas durante dos tardes seguidas.

Por supuesto, en cuanto se enteró, soltó una serie de improperios y llamó a Heng exigiendo explicaciones y también soluciones, pero su amigo y editor, enseguida se lavó las manos alegando que la orden venía de arriba y que él no podía hacer nada. Además, le recordó lo bien que le viene hacer dupla con la escritora revelación.

—Otra vez con eso, Heng —bufó—. Eres muy listo, cuando quieres escurres el bulto muy rápido —se quejó Sarocha.

—Venga, no te pongas así —trató de apaciguarla, obviando decirle que hacía diez minutos que había recibido una llamada parecida de Rebecca.

En el caso de la escritora de Apellidos britanicos, sus reservas no iban tan enfocadas al hecho de tener que estar al lado de Sarocha, sino al temor de que le robase protagonismo.

—Ni siquiera tienes que hablar con ella, Sar, tú dedícate a firmar tus libros y ella los suyos. Todo irá bien, ya verás.

Sarocha colgó muy irritada y ni siquiera la presencia de Vicente, ese amante ocasional al que recurre a veces para desahogarse, logró quitarle el mal humor.

Y ahora están ahí. La última vez que se vieron fue en la presentación de Rebecca en la librería de Madrid, antes de que la muy descarada se fuera con una de sus lectoras. El saludo entre ambas ha sido un poco incómodo para los trabajadores de la caseta y el propio editor, que han tenido que presenciar cómo se miraban de reojo y se sentaban en sus respectivas sillas tras soltar un 'hola' muy escueto y frío que ha dejado clara que la animadversión es mutua.

Llevan más de tres horas firmando cuando Sarocha se hace una foto con una mujer y su hija y, tras ellas, se da cuenta de que no hay nadie. Lleva mucho rato deseando que eso pase, necesita ir al baño y estirar un poco las piernas, pero Rebecca lo aprovecha para soltarle un dardo envenenado que la deja quieta en la silla.

—¿Ya has terminado de firmar? —pregunta con una sonrisa burlona—, si no acabas todos los ejemplares que la editorial había previsto, a lo mejor te despiden —añade mientras firma un libro.

Sarocha se muerde la lengua, ella es una mujer educada y no quiere montar una escena, pero cuando Rebecca estira el cuello para ver la cola de gente que todavía tiene y después la mira a ella con aire de superioridad, no puede aguantarse.

—¿Cuántos libros has firmado? —pregunta Rebecca con retintín

—. ¿Cien? ¿Ciento diez? Yo llevo más de doscientos, tengo la mano medio dormida.

La escritora se levanta y se acerca hasta la silla de Rebecca para susurrarle al oído y que nadie más pueda escucharla mientras Heng las observa aterrorizado por lo que pueda pasar.

—¿En serio eres tan tonta que vas contando los libros que firmas?

¿Es que no tienes nada mejor en lo que pensar?

Heng hace un gesto a la siguiente en la cola y le pide que espere antes de acercarse, solo le falta que escuche algo que no debe y sus dos escritoras estrella acaben siendo las protagonistas de algún chisme que resulte negativo en todos los aspectos y se vean perjudicadas ellas, la editorial y lo peor; las ventas.

—No es que los cuente, solo necesito ver como mis montones bajan mientras que los tuyos siguen ahí. Asúmelo, soy mejor que tú — suelta en un ataque de ego.

—No te equivoques, tu cola es más larga porque llevas un escote escandaloso, así cualquiera vende libros.

—Piensa lo que quieras —dice y se mira orgullosa esa camiseta de tirantes ajustada que tan bien le queda—, pero es mi historia la que está arrasando.

—¿Eres consciente de que mi libro salió hace meses y el tuyo es novedad? Deberías tener algo más de humildad, bonita, me gustará ver lo que vendes cuando la editorial termine las promociones y a la gente se le olvide tu nombre.

Rebecca pierde la sonrisa que lucía hasta hace un segundo y se gira hacia ella, quedando tan cerca de su rostro, que sus narices casi llegan a rozarse.

—No necesito la promoción de la editorial para que la gente me conozca, mi historia tiene tanto enganche, que va de boca en boca.

¿Puedes decir lo mismo de la tuya? Deberías retirarte y dejar paso a las nuevas generaciones, lo digo en serio, tu tiempo ya ha pasado. Te haces mayor, Sarocha.

—Mira, guapa...

Sarocha no puede terminar la frase porque, de repente, se ve arrastrada por el editor, que ha preferido intervenir antes de que estalle la guerra.

—Estábamos hablando —protesta ella con la rabia metida en el cuerpo.

—Me parece estupendo, cariño —dice Heng con una amplia sonrisa—, pero me da que vuestras conversaciones nunca tendrán un final agradable, así que vuelve a sentar ese bonito culo en la silla y sigue firmando, que tienes fila otra vez.

Sarocha se gira y todavía se cabrea más cuando se da cuenta de que el poco tiempo que tenía para vaciar la vejiga, lo ha desperdiciado hablando con la escritora porno.

—Es insoportable, no sé cómo la aguantas —dice indignada.

—A mí me da igual cómo sea mientras venda libros, ahora siéntate de una vez para que podamos seguir ganando dinero —dice y le da un suave empujón.

Sarocha se deja caer en la silla y se desconecta por completo cuando un joven aparece ante ella para que le firme el libro. Para ella no todo se traduce a números, le encanta el contacto con los lectores y también la idea de que sus historias logren transportarlos a otra parte cuando más lo necesitan.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora