CAPÍTULO 9

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Puedes quitarme la pierna de encima? No puedo ni moverme —
refunfuña Sarocha intentando despertar a Rebecca. Ambas han
amanecido muy juntas y sudadas.
—Vaya noche la que me has dado —se mueve malhumorada la
escritora de Apellidos britanicos—, roncas como un cerdo, es como
dormir con un camionero pasado de alcohol.
—¡Yo no ronco! En cambio, tú no paras de moverte. Encima con
el calor que hacía y tú pegada a mí toda la noche, estoy asada.
—Nadie te manda dormir tapada como una monja de clausura,
haberte puesto un pijama más ligero —dice Rebecca mientras salta
de la cama en busca de café. Como buena descendiente de italianos,
necesita su espresso nada más despertar.
—No me fío de ti —murmura la mayor de las escritoras sin que la
escuche Rebecca y va directa a la ventana para abrirla y ventilar esa
habitación en la que se siente un aire muy cargado.
Sarocha se ducha y va a la cocina para tomar sus infaltables
tostadas con aceite y el café con leche manchado que tanto le gusta.
Mientras baja las escaleras, un olor inunda sus fosas nasales, pero no
para bien, el olor a fritanga tan temprano por la mañana, le desagrada.
—¿En serio vas a desayunar eso? —pregunta perpleja al ver a
Rebecca engullendo un trozo de beicon. En su plato hay dos huevos
fritos, queso cortado a trozos, un par de salchichas y una rebanada de
pan.
—Debo tener fuerza para aguantar las jornadas maratonianas, ya
me entiendes —Rebecca le guiña un ojo a Sarocha, que se espanta al
imaginar a la escritora porno en la cama.
—Eres una guarra —suelta Sarocha y se mueve para sacar la leche
de la nevera—. Y date prisa, que tenemos que preparar la trama.
Cuanto antes comencemos, antes se acaba este calvario.
—¿Cómo que preparar la trama? Yo nunca he trabajado así, voy
escribiendo lo que se me ocurre. Pues así te va. Ya ves que esa técnica no te funciona —arremete
maliciosa. Sarocha disfruta mucho de esos momentos.
—Lo que me pasa a mí es algo temporal —responde Rebecca no
muy segura de sus propias palabras—. Deberíamos comenzar
describiendo a las protagonistas follando, sería un buen inicio —opina
con la boca llena y los labios brillantes de grasa.
—¿Tú es que no piensas en otra cosa? Y usa servilletas, que están
ahí para algo —dice la escritora veterana, aún impresionada con todo
lo que come Rebecca y el cuerpazo que mantiene.
—Te guste o no, ese tipo de escenas enganchan mucho. Es un libro
de las dos, la mayoría de las lectoras van a esperar que las escriba, así
como otras querrán leer las cursiladas que te fascina escenificar.
Sarocha sabe que la joven escritora lleva razón, pero le da rabia
admitirlo. Así que, sin decir nada, se da la vuelta y se dirige a la mesa
que está en el salón. La noche anterior decidieron que ese va a ser el
lugar para trabajar, es más amplio y luminoso. Se sienta y se bebe lo
que le queda de café con leche de golpe. Ha pasado de las tostadas, se
le ha cerrado el estómago al ver tanta comida grasienta junta. A los
pocos minutos, aparece Rebecca y se sienta a su lado,
observandocomo la veterana abre un programa de escritura y empieza
a organizar unas fichas con diferentes categorías.
—Comenzaremos como has comentado —accede Sarocha entre dientes y ve por el rabillo del ojo la amplia sonrisa insoportable de su compañera
—, pero antes tenemos que hacer una lluvia de ideas.
Vamos a escribir una nueva historia y descartar lo tuyo.
—Me parece bien. Yo tengo varias notas apuntadas, quizá alguna
sirva de base —comenta Rebecca mientras abre su portátil de última
generación.
—Con lo que leí de tu última idea, dudo mucho que podamos
arrancar con algo tuyo. Ahora mismo nos conviene poner la mente en
blanco y empezar a escribir cosas nuevas, es algo que a mí me
funciona cuando las que ya tengo apuntadas, no me convencen —esta
vez Sarocha no lo dice para molestarla, sino más bien para ayudarla.
Quiere darle vida a la historia y trabajar en ella sin demora para volver
a Toledo —su refugio— lo antes posible.
—¿Tú te atreverías a escribir una escena de sexo? —pregunta de
repente Rebecca  mientras contiene la risa—, es que he leído algún
Libro tuyo y tus protas no pasan de darse un beso y como mucho, un abrazo.
—El hecho de que no me guste escenificar el porno que a ti te
gusta escribir, no significa que no sea capaz de hacerlo.
Tengo la suficiente experiencia para describir largas secuencias sexuales. No lo hago, simplemente, porque no es mi estilo
—explica Sarocha, que se ha girado en su silla y mira directa a los ojos de Rebecca.
—¡Wow! Doña experimentada, aparte de estar casada media vida,
¿qué otras cosas emocionantes has hecho? —pregunta Rebecca, quien
se ha puesto cómoda sentada en modo indio, apoyando la cara en la
mano del brazo izquierdo que reposa en la mesa.
—Podría mandarte a la mierda y decirte que no es tu problema, pero me apetece saciar tu curiosidad. Estuve casada varios años con el padre de mi hijo Song. Pero también he estado con varias mujeres, he disfrutado durante un tiempo de una relación abierta y ahora mismo tengo un amante ocasional
—finaliza Sarocha con una sonrisa burlona de las que está cansada de ver en Rebecca.
—Joder con la madurita —sale de la boca de Rebecca un comentario genuino. Jamás pensó que Sarocha fuese tan abierta y algo le dice que no miente, no tiene motivos para ello.
—Espero que ahora te quede claro que escribo lo que me gusta y,
aunque disfruto de otros placeres, prefiero guardar esas sensaciones
para mí —zanja Sarocha.
—Pues yo nunca he estado con un hombre. No es que me dé asco
o algo, pero siempre he sentido debilidad por las mujeres —revela
Rebecca. Se siente cómoda hablando con Sarocha de esos temas y eso
la desconcierta.
—¿En serio? Pensaba que eras de las que se acuesta con todo lo
que se mueve —suelta la veterana, que hasta ahora creía que Rebecca
era la diosa del sexo independientemente del género.
—Me he acostado con muchas chicas, bisexuales o heteros
insatisfechas que vienen buscando un poquito de Rebecca, pero nunca
con un hombre —se pavonea la escritora italiana.
Sarocha no puede evitar poner los ojos en blanco, piensa que el ego de Rebecca Armstrong es tan grande como la finca en la que están.
Aun así, ambas escritoras se sumergen en una conversación íntima, hablan de tantas cosas que, si alguien les hubiese dicho que disfrutarían de esa situación, hubiesen pedido su ingreso inmediato en un hospital psiquiátrico de máxima seguridad. Puede que sea el inicio de una tregua entre ellas, pero ambas han sentido ese pico de tensión en varios momentos del intercambio verbal. Quizá la convivencia en esa casa, en medio de la nada, sea más difícil de lo que llegaron a imaginar.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora