CAPÍTULO 11

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Rebecca Armstrong se estira como una gata en la cama. Sin duda, ha dormido mucho mejor que la noche anterior. Abre los ojos despacio mientras se quita los tapones que lleva en los oídos. Después de la pataleta de Sarocha, la joven escritora apagó el portátil y subió a lavarse los dientes. Tiene una rutina muy marcada para cuidar su dentadura, así que mientras la aplicación en su móvil guiaba el tiempo de cepillado, ella revisaba todos los cajones a su alrededor. Se llevó una grata sorpresa al encontrar una caja de tapones que, seguro, le ayudarían a soportar los ronquidos de oso de su compañera. Al llegar a la habitación, Rebecca esbozó su ya conocida sonrisa burlona al percatarse que Sarocha creó una especie de fuerte dividiendo la cama con una hilera de cojines.

—Y luego dice que la inmadura soy yo —murmura Rebecca al recordar la escena tan infantil.

Al levantarse, se da cuenta de que la mayor de las escritoras no está en la cama, así que baja para preparar su expreso, pero cuando gira hacia la cocina, contempla a Sarocha en el patio, sentada en una hamaca con una taza de café con leche y un libro.

—Buenos días —saluda Rebecca ya con su café oscuro en la mano.

—Hola —contesta Sarocha sin mirarla.

—¿Has dormido bien?, hoy no te has despertado tan guapa como ayer —la vacila Rebecca. No puede evitar chincharla.

Sarocha da un sorbo a su café con leche y coloca la taza en la mesa para seguir con la novela que está leyendo. No tiene ganas de seguirle las tonterías a la niñata con la que convive, así que decide ignorarla.

—¿No vas a entrar? —le pregunta Rebecca a la vez que revisa la hora en su móvil—, deberíamos ponernos en marcha.

—La verdad es que no tengo ninguna intención de entrar. Aquí se está muy bien, pero anda tú, estrella, comienza a escribir —le suelta

Sarocha pasando la página del libro que tiene entre las manos.

Rebecca tensa la mandíbula. Empieza a sospechar que Sarocha se lo hará pasar muy mal cada vez que se meta con ella. Pero la escritora de Apellidos britanicos no va a parar de hacerlo y de ninguna manera piensa en rebajarse, sigue confiando en que es una gran escritora y que ese bloqueo maldito acabará de un momento a otro.

—Como quieras —contesta Rebecca y se da la vuelta para entrar a la casa.

—¡Mierda y más mierda! —grita Rebecca borrando una vez más las cuatro palabras que ha escrito. Ya no sabe cuánto lleva allí frente al portátil intentando escribir la siguiente escena para el libro que han de entregar juntas.

No le queda más remedio que levantarse y salir con una cara de matona muy mal ensayada a pedirla a Sarocha que entre a trabajar.

—¿Piensas quedarte ahí todo el día? —pregunta de malas formas la más joven de las dos escritoras.

—Sí —contesta la veterana. Monosílaba.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora