CAPÍTULO 20

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Sarocha teclea velozmente sobre las teclas del portátil. Desde aquella conversación que tuvieron hace un par de días, parece que ambas han logrado concentrarse y de nuevo las palabras aparecen con una fluidez sorprendente. Mientras ella escribe, concentrada y perdida en otro mundo, Rebecca —que acaba de preparar dos tazas de café— la mira absorta desde la puerta de la cocina. La escritora toledana le resulta más interesante a cada minuto que pasa y esa atracción que siente hacia ella, va creciendo sin control sin que pueda hacer nada para evitarlo.

A Rebecca le gusta mucho mirarla, le encanta esa cara que pone cuando está escribiendo y la agilidad con la que sus dedos bailotean sobre el teclado. Concluye que podría pasarse horas observándola, pero prefiere no tentar a la suerte haciendo que Sarocha la sorprenda y acabe con otra de sus rabietas. Se mueve hacia la mesa y le deja la taza justo al lado antes de seguir su camino hasta el sofá, donde esperará paciente a que termine para poder leer el capítulo y ponerse ella a escribir el que le toca.

—Gracias, justo ahora pensaba en lo mucho que me apetecería tomarme uno —suelta Sarocha.

Rebecca se gira sorprendida, está tan acostumbrada a que Sarocha la ignore cuando está concentrada, que estaba segura de que ni siquiera notaría su presencia cuando le ha llevado la taza.

—No hay de qué —dice Rebecca notando un latigazo de corriente sacudirle todo el cuerpo cuando Sarocha le sonríe, antes de volver la mirada hacia la pantalla para continuar.

La escritora amante de las escenas eróticas se queda quieta sin poder apartar la mirada de ella, hasta que suena el timbre de la casa y la sobresalta haciendo que la taza que tiene en la mano se le derrame.

—Mierda —exclama y se sopla los dedos porque el café estaba muy caliente.

Sarocha se levanta y mira la puerta y a Rebecca alternativamente, decidiendo qué hacer.

—¿Te has quemado? —pregunta y finalmente se dirige hacia la escritora.

—No es nada, pero lo he puesto todo perdido —dice mirando el suelo con cara de espanto.

La carcajada que sale de la boca de Sarocha es tan espontánea, que Rebecca solo puede alzar la vista y contagiarse de su risa.

—Anda, ve a ver quién es, yo limpio esto —dice Sarocha señalando la puerta.

—¿Esperas a alguien? —pregunta Rebecca de camino a la entrada.

—Yo no, seguro que es Heng que viene a tocar las narices — concluye Sarocha convencida.

Rebecca sonríe y abre la puerta, pero a quien se encuentra no es al editor, sino a un hombre trajeado y muy alto que la mira como si tuviera un moco en la cara.

—Hola, estoy buscando a Sarocha. ¿Está aquí?

La escritora lo mira con recelo. No deja de preguntarse si será el amante de Sarocha y, cuando lo piensa, le entran muchas ganas de cerrarle la puerta en las narices.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora