CAPÍTULO 24

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Sarocha y Rebecca están frente a la casa donde han pasado prácticamente dos meses en los que al principio se sintieron recluidas y castigadas y, al final, les parecía que ese era el hogar del que no deberían marcharse.

Las dos observan la fachada en absoluto silencio, con sus respectivas maletas ya cargadas en el coche, listas para marcharse y no volver. Heng les dio quince días para acabar el manuscrito y han cumplido el objetivo, aunque también —de manera inconsciente— ambas han apurado hasta el último de ellos a pesar de que podrían haberlo enviado hace tres días.

—Bueno, pues ya está —murmura Sarocha, que comienza a sentirse muy incómoda y decide que lo mejor es terminar cuanto antes con la situación.

Se da la vuelta y se sube en el coche, lo que provoca que Rebecca, con el pecho encogido en un nudo de angustia y una sensación de vacío que la está devorando desde que ha cerrado la cremallera de su última maleta, se vaya instaurando lentamente dentro de ella. Echa un último vistazo a la casa, tratando de grabar en su mente el montón de recuerdos tan intensos que ha vivido con Sarocha desde que pusieron un pie dentro. No quiere olvidarse de ninguno, ni siquiera de los malos momentos, porque ha llegado a la conclusión de que todos ellos forman parte de una historia a la que no sabe si podrá sobrevivir. Lanza un último suspiro e imita los pasos de la escritora toledana, subiéndose en el coche y dejando la mirada clavada en la fachada mientras se alejan.

A pesar de que el trayecto hasta Madrid es largo, ninguna es capaz de decir nada. Las dos están absortas en sus propios pensamientos, incapaces de reconocer en voz alta que esa aventura que comenzó con la unión forzada para escribir un libro que a ninguna de las dos les apetecía y que después se convirtió en la pieza clave para unirlas en algo mucho más fuerte que ninguna vio venir, se ha terminado.

Cuando lleguen a Madrid, ya no tendrán ninguna excusa para pasar tiempo juntas. Su rutina volverá golpeándolas con fuerza y provocará que se enfrenten por separado al sentimiento de vacío que esa conexión que ha nacido entre ellas y que va mucho más allá del colegueo profesional.

Sorprendentemente, el camino se les hace corto y cuando se quieren dar cuenta, Sarocha está entrando en el aparcamiento de la editorial. Llegan con el tiempo justo para entrar en el despacho de Heng y tener esa reunión para las que el editor las ha convocado.

—¡Ya estáis aquí! —exclama exultante en cuanto entran por la puerta.

Heng apenas ha dormido esa noche, después de tantas semanas de incertidumbre y problemas de enfrentamientos entre las dos escritoras, no tenía la certeza de que fueran a terminar y, cuando ayer le pasaron la parte final del libro, no pudo resistirse y estuvo leyendo hasta que terminó.

—Me encanta el final —dice antes de estampar dos besos a cada una—. Sentaos.

Heng les señala las sillas al otro lado de su mesa y se sienta ocupando su lugar frente a ellas.

—¿Qué os pasa? —pregunta torciendo el gesto—. Deberíais estar encantadas, tanto martirizarme con que queríais salir de aquella casa, y ahora que estáis fuera, parece que venís a un entierro —comenta confundido.

Rebecca y Sarocha cruzan la mirada tan solo unos segundos. Ninguna de las dos ha sido consciente hasta ahora de que la imagen que proyectan es puro reflejo de lo que sienten; desolación. Como si lo hubieran consensuado y de manera espontánea, ambas fuerzan una sonrisa, pero resulta tan falsa, que el editor pone cara de circunstancias y Sarocha se ve obligada a intervenir.

—Estamos contentas, Heng —asegura mirando de reojo a Rebecca

—, es solo que estas dos últimas semanas han sido muy intensas y estamos agotadas.

Rebecca siente unas repentinas y absurdas ganas de reír, pero, en su lugar, vacía los pulmones con tanta fuerza que, sin buscarlo, su gesto apoya la explicación de Sarocha.

—Pues espero que aprovechéis estos días para descansar, porque la editorial va a dar prioridad a vuestra publicación y todo irá más rápido de lo habitual —explica el editor, alternando la mirada entre una y otra al mismo tiempo que abre la agenda en su ordenador—. La portada está lista a falta de que deis vuestra aprobación final y, en cuestión de días, comenzará a anunciarse la futura publicación, por lo que las promociones comenzarán y os adelanto que ya tengo concertadas varias entrevistas.

Sarocha y Rebecca asienten a todas las explicaciones de Heng. Ambas saben cómo funciona el tema y lo único que les sorprende es que todo vaya a ir tan rápido, por lo demás, están habituadas.

—En fin, creo que eso es todo. Justo antes de que llegaseis os he mandado un correo con mis impresiones sobre lo que me enviasteis ayer y algunos puntos marcados que creo que se pueden mejorar. Lo de siempre, vamos. El resto del manuscrito ya se está corrigiendo, así que esta rueda ya es imparable —aplaude feliz al mismo tiempo que los tres se levantan.

Las escritoras caminan hasta la puerta, pero Heng, siempre galán, se adelanta y la abre.

—Estamos en contacto. Descansad estos días, os lo habéis ganado

—dice sonriente.

Se despiden con los habituales dos besos y Sarocha y Rebecca bajan las escaleras del edificio sabiendo que se van a enfrentar a ese momento incómodo que tanto temen; la despedida.

Una vez fuera, las dos se detienen frente a la puerta y miran al cielo con expresión pensativa. La escritora toledana se está poniendo muy nerviosa, durante todo el camino de regreso, ha podido reflexionar lo suficiente como para darse cuenta de que, para ella, lo que han tenido encerradas en esa casa, ha sido mucho más importante de lo que había creído hasta ahora. Mira a Rebecca de reojo y la nota tan nerviosa como ella, pero Sarocha es incapaz de adivinar lo que pasa por la cabeza de la escritora italiana. En las últimas semanas, ha tenido la oportunidad de conocerla mejor y llevarse la grata sorpresa de que, dejando a un lado esa prepotencia por parte de la escritora que tanto le molesta, Rebecca no es esa mujer fría y descerebrada que ella creyó en un principio, pero tampoco está segura de que esa mujer a la que ha conocido en Vinuesa, haya surgido solo porque estaban encerradas y no tenía a nadie más con quien interactuar.

Sarocha sacude la cabeza y deja de pensar en ello, se repite que ambas llegaron a un acuerdo para esos días y que ya han terminado, por lo tanto, todo lo demás también.

—Bueno —rompe el hielo Sarocha y se gira hacia Rebecca estampándole dos besos en las mejillas—. Yo me marcho ya, que me muero de ganas de ver a mi hijo. Ya nos veremos en la presentación.

La escritora italiana recibe los dos besos con sorpresa y al mismo tiempo con decepción, porque no esperaba una actitud tan fría por parte de Sarocha. Al contrario que la escritora toledana, durante el camino de vuelta, ella no ha dejado de darle vueltas a la posibilidad de continuar fuera lo que tuvieron dentro. El único problema es que no ha encontrado la manera de abordar esa conversación, pero ahora que ha visto la reacción de Sarocha, se da cuenta de que haberlo hecho, hubiera sido un error. Es evidente que, para la amiga de Heng, lo que pasó en Vinuesa, se queda en Vinuesa.

—Claro, dale recuerdos de mi parte —dice turbada, reprimiendo las ganas de llorar que tiene.

—Por supuesto —Sarocha se queda paralizada unos instantes, por un momento, duda de si debería proponerle verse en otras circunstancias, como tomar un café y tal vez hablar de eso que le está quemando el pecho, pero Rebecca se da la vuelta y empieza a caminar con paso rápido hacia la calle.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora