CAPÍTULO 10

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Acaban de terminar de comer y Sarocha está fregando los platos
mientras Rebecca prepara dos tazas de té humeante llenas hasta
arribaal mismo tiempo que bosteza ruidosamente, contagiando también
a la mayor de las escritoras, que lo hace con más disimulo.
—Nos podríamos echar una siesta —comenta Rebecca mientras
deja las dos tazas en la mesa.
Sarocha se seca las manos con el trapo y se gira hacia ella de
inmediato.
—¿Así es como pretendes escribir el libro? Bastante tiempo
hemos perdido por la mañana hablando de tonterías como para que
perdamos también la tarde —bufa contrariada.
—Oye, relájate, que lo decía por ti. Sé que las personas mayores
necesitáis vuestro rato de sueño después de comer para seguir
funcionando y no quería que te sintieras incómoda —dispara Rebecca.
—Qué buena samaritana eres —ironiza Sarocha—, y me hace
gracia que me llames mayor cuando apenas nos llevamos siete años,
supongo que la diferencia la ves en esa falta de madurez que tienes.
Rebecca tensa la mandíbula y encaja el ataque como puede, ese
comentario le ha escocido más que ningún otro porque sabe que, en
ocasiones, es cierto que demuestra ser inmadura con comportamientos
como ese.
—Bueno, como te veo tan despejada, lo mejor es que comencemos
ya con esa lluvia de ideas que habías propuesto —dice observando
fascinada como Sarocha se bebe el té a pequeños sorbos.
—Pues yo he pensado que, ya que quieres empezar la historia con
una escena de cama, podría ser interesante que la escribas, lo que se te
ocurra —puntualiza encogiendo los hombros—, y quizá a raíz de cómo
suceda, nuestras ideas empiezan a enfocarse en una dirección u otra.
Rebecca la mira con gesto pensativo, no tiene muy claro lo que
propone Sarocha porque ni siquiera tienen definidas a las
protagonistas, pero ella es una escritora mucho más experimentada y sería muy estúpida si no aprovecha este tiempo forzado que van a
pasar juntas para aprender todo lo que pueda.
—Está bien —accede sentándose a la mesa donde lo han dispuesto
todo en el salón y abriendo su portátil.
—Genial, yo voy a revisar el correo mientras tanto.
Sarocha se sienta en el sofá de espaldas a ella y, resulta ser tan
cómodo, que siente que la absorbe.
—Espera, ¿me dejas sola? —se inquieta Rebecca—. ¿Y si me
bloqueo?
—¿Escribiendo una escena de sexo? Creía que era tu especialidad
—la chincha Sarocha—, además, solo tienes que ponerlas a… ya
sabes.
—¿Follar? —la ayuda Rebecca con un tono juguetón que pone
nerviosa a Sarocha—. No lo entiendo, has tenido una relación abierta,
te has acostado con hombres y mujeres, ¿y te da pudor decir la palabra
follar? —se jacta divertida Rebecca.
—No me da pudor —brama Sarocha—, es simplemente que no
veo la necesidad de ser tan soez, pero ya que te pones así, ¿consideras
que eres capaz de escribir una escena donde las protagonistas follen?
¿O quieres que vaya y te dé la mano? —espeta mordaz.
—Eres insoportable, ¿lo sabías? Ahora no me molestes —dice
Rebecca clavando la mirada en la pantalla.
Sarocha sonríe satisfecha por habérsela quitado de encima y, en
lugar de coger el móvil para comprobar el correo como ha dicho que
haría, se recoloca y cierra los ojos.
Rebecca tarda varios minutos en arrancar, aunque le guste detallar
escenas de sexo, se acaba de dar cuenta de que no puede escribirlas sin
más, necesita un trasfondo, una historia y un motivo que haya llevado
a las protagonistas a ese encuentro. Así que lo primero ha sido pensar
un escenario donde ubicar la escena, después ha decidido si era un
encuentro fortuito entre dos desconocidas o mejor uno muy ansiado
entre dos chicas que se gustan, aunque, al final, ha optado por el
encuentro de dos amigas que vuelven a verse después de muchos años
—donde ocultaron que estaban enamoradas la una de la otra— y que,
ahora que se han visto, solo han sido capaces de expresar físicamente
todo lo que sentían. Una vez decidido todo eso y asignados dos nombres al azar,
Rebecca se desconecta de todo lo que la rodea —incluidos los suspiros
de Sarocha de los que todavía no es consciente— y no para de teclear
hasta que escribe toda la escena.
Cuando termina, relee lo que ha escrito y se sorprende de lo poco
que le ha costado, y al mismo tiempo se lamenta de que esto le resulte
tan fácil y explicar el resto de la historia la paralice como le pasa
últimamente.
—Listo —dice mirando a Sarocha—. ¿Vienes a leerlo o tengo que
llevárselo a la señora al sofá?
Sarocha no responde y Rebecca tarda unos segundos en sospechar
lo que sucede. Frunce el ceño y se queda inmóvil, a la espera de una
señal que no tarda en llegar cuando escucha un suave ronquido que
proviene del sofá.
—Será puta —farfulla y se levanta.
Rebecca necesita confirmarlo con sus propios ojos y se
levanta para acercarse sigilosa hasta el sofá. En efecto, Sarocha,
aunque está sentada, se ha quedado profundamente dormida mientras
ella escribía. Rebecca comprende de inmediato que solo ha sido una
artimaña de Sarocha para poder cerrar los ojos unos minutos. La ha
puesto a escribir una escena de sexo que probablemente descartará
porque nova a encajar con la trama que surgirá de la lluvia de ideas. Se
la ha jugado, y tiene que vengarse.
De puntillas para que no se despierte, va directa al baño y abre su
estuche de maquillaje, del que saca un lápiz de ojos que observa con
una sonrisa maliciosa. Igual de silenciosa, vuelve frente a la escritora
y, con mucho cuidado, se inclina sobre ella dispuesta a dibujarle un
bigote. Está a punto de empezar cuando se descubre observando las
facciones de Sarocha y siente una inquietud extraña al darse cuenta de
que le resulta una mujer muy atractiva y no había sido consciente de
ello hasta ahora.
Sarocha, muy relajada, da un suspiro profundo que sobresalta a
Rebecca y la saca de ese estado de observación y le recuerda su
cometido. Se apoya con una mano en el sofá y, con la otra, comienza a
trazar las líneas del bigote mientras se aguanta la risa.
Está a punto de acabar cuando Sarocha arruga los labios tras sentir
un cosquilleo y de repente abre los ojos. Se pega tal susto al ver a alguien tan cerca de su cara, que no reconoce a Rebecca y su primera
reacción es quitarse a su atacante de encima de un guantazo.
La mano de Sarocha impacta de lleno en la mejilla de
Rebecca,que no ha tenido tiempo de reaccionar y acaba de culo en el
suelo.
—¿Estás loca? —grita Sarocha cuando la reconoce.
Rebecca la mira desde el suelo con los ojos muy abiertos y la
manoacariciando una mejilla que le pica como si le hubieran dado con
un matamoscas.
—¿Loca yo? —se exaspera Rebecca—. Deberías controlar tus
problemas de agresividad.
—Me has dado un susto de muerte, ¿qué hacías tan cerca de mí?
—. Sarocha entorna los ojos cuando la mira y Rebecca sabe que ha de
responder rápido antes de que la escritora utilice su imaginación para
pensar todo tipo de teorías.
—Confirmar que eres una caradura —espeta sin apartar la mano
de su cara.
—¿Cómo dices?
—Ya me has escuchado. Me has mandado a escribir una escena
absurda solo para poder echarte una siesta.
Sarocha podría replicar en cualquier otro momento, pero acaba de
despertarse y sus neuronas todavía van demasiado lentas, así que, para
desesperación de Rebecca, en lugar de defenderse, suelta una carcajada
que hace que quiera asesinarla, pero nota un pinchazo agudo por
debajo del ojo y hace un mohín de dolor que asusta a Sarocha.
—Déjame ver.
La escritora le aparta la mano y observa aguantándose la risa que
le ha dejado marcados los cinco dedos, pero esas ganas de reír se le
pasan cuando aprecia unas cuantas pecas salpicando la nariz de
Rebecca, y eso en conjunto con sus facciones, le resulta de un inmenso
atractivo que tampoco había apreciado hasta ahora.
—Ven, vamos a ponerte hielo por si acaso —dice cogiéndola de
las manos para que se levante.
En la cocina, Sarocha saca una bolsa de hielo que envuelve en un
trapo y le pone en la mejilla. Rebecca le mira ese bigote que le
hahecho y sonríe.
—¿De qué te ríes? —pregunta Sarocha.
—De nada. ¿Sabes que estás muy guapa cuando te despiertas? A Sarocha el comentario le sacaría los colores si considerase que
es real, de hecho, se acaba de dar cuenta con preocupación de que una
parte de ella desearía que fuese así, pero por la mirada y la expresión
gamberra de Rebecca, sabe que sus palabras esconden algo turbio, por
lo que corre hacia el baño y cuando enciende la luz y se mira al espejo,
la sangre comienza a hervirle en las venas.
—¿En serio? ¡Eres una niñata! —espeta volviendo a la cocina.
Rebecca la mira y suelta varias carcajadas que dejan claro que
nose arrepiente.
—Es increíble —farfulla Sarocha.
—Increíble es que me hayas pegado, estamos en paz —decide
Rebecca—, así que, si has dejado de lloriquear, haz el favor de leer la
escena por si podemos usarla. Estaría bien no haber perdido el tiempo
por nada. Eso sí, quítate ese bigote antes, que das un poquito de mal
rollo —dice y le muestra una sonrisa falsa.
Sarocha farfulla varios improperios y vuelve al baño para
limpiarse. Después se dirige al salón, se sienta frente al portátil de
Rebecca y empieza a leer porque prefiere hacer eso antes que seguir
discutiendo con ella.
Conforme va leyendo, su pulso se va acelerando y le cuesta mucho
contener la excitación. Rebecca la está observando con ojo clínico y, al
ver cómo la mirada de Sarocha se va oscureciendo y cierra las piernas
de manera inconsciente, esboza una sonrisa satisfecha.
—¿Quieres que te deje el Lelo? Lo tengo a tope de batería —
suelta y Sarocha levanta la vista horrorizada al sentirse descubierta.
—Eres una impresentable —dice y cierra la tapa del portátil—,
espabílate tú sola con el libro.
Sarocha se levanta y se marcha a la habitación cerrando de un
portazo. Rebecca se queda ahí, divertida y conteniendo las ganas de
aplaudir.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora