—¡Por fin hemos llegado! No veía la hora de salir de ese coche — masculla Sarocha, que entra como un vendaval en la casa que compartirá con la escritora porno durante un tiempo que se le antoja infinito.
Rebecca pone los ojos en blanco, siente que la convivencia con Sarocha será imposible. Pero, aunque no lo reconozca en voz alta, necesita salir de ese bloqueo infernal que la tiene atemorizada. De golpe y porrazo, ha visto su sueño trastabillar, no puede creer que le cueste tanto escribir una triste escena si hace unos meses podía hacerlo hasta de pie en su móvil mientras hacía la cola en el supermercado.
—¡No me lo puedo creer! Voy a matar a Heng —escucha a Sarocha aullar como una loba rabiosa.
—¿Qué pasa?, ¿es que no te cansas de quejarte? —pregunta la escritora de Apellidos britanicos mientras llega hasta Sarocha, suelta una carcajada repentina al verle la cara de enfado y la frente con una mancha de grasa que antes no tenía.
—Hay una sola habitación —le contesta más cabreada al ver la sonrisa burlona que Rebecca parece llevar tatuada en el rostro.
—No me jodas —la sonrisa de Rebecca ha mutado a un gesto de horror—. Habrá que echar a suertes la habitación —resuelve.
—Pero ¿de qué hablas? —pregunta Sarocha, que no puede creer la solución tan absurda que plantea Rebecca.
—Anda, dame una moneda, que yo no tengo. La gente de tu edad es la que lleva efectivo —sigue la menor de las escritoras haciendo rabiar a una muy roja Sarocha—. La que gane se queda con la habitación, la otra tendrá que dormir en el sofá.
—La verdad es que tienes mucha imaginación, qué lástima que no la uses para darle vida a tus historias —dispara Sarocha un dardo envenenado. Sin contemplación—. En todo caso, deberías dormir tú en el sofá, que fuiste la que nos metió en este sitio en medio de la nada. Además, como bien repites, soy mayor y necesito descansar bien.
Rebecca ve, perpleja, como Sarocha abre su maleta y deja la ropa sobre la cama. Elige unas cuantas prendas y pasa por su lado —hacia lo que ella supone— es el lavabo para darse una ducha. Ni de coña va a dormir en el sofá, la cama es inmensa y hay sitio de sobra para las dos. Así que hace lo mismo que su compañera y empieza a deshacer la maleta, necesita organizar su ropa y los artículos de uso personal porque si no, se pone muy nerviosa. No entiende a los que se van de viaje durante días y lo dejan todo dentro del equipaje. De pensarlo, le dan escalofríos, reconoce que tiene manías muy particulares.
—¿Qué se supone que haces? —pregunta Sarocha entrando a la habitación con un conjunto de color gris plomizo y una toalla enrollada en la cabeza. Alza las cejas cuando ve que Rebecca tiene la mitad del armario lleno con su ropa organizada por colores.
—En esta cama hay suficiente espacio para las dos. Además, el colchón es muy cómodo y las dos vamos a poder descansar bien — contesta tranquila mientras observa, con gran satisfacción, que su parte del armario está en perfecto orden.
—Vaya cara tienes, bonita —responde Sarocha con el ceño fruncido.
—¿A que sí? —pregunta Rebecca burlona—, sé que te gusto, aunque lo niegues —se ríe utilizando en otro sentido la frase a la que Sarocha hizo referencia.
Sarocha la ignora, presiente que, si le sigue el juego, será un nunca acabar. Rebecca parece que siempre tiene una respuesta preparada para todo y para ella eso es agotador, como discutir con su hijo cuando era adolescente. La escritora toledana coge todo lo que tiene en su maleta y lo coloca en la parte que quedó vacía en el armario mientras a Rebecca se le erizan los pelos de la nunca al ver como, la mayor de las dos, empuja la ropa en las baldas sin el más mínimo cuidado y orden.
—Voy a la cocina a preparar la cena, espero que no tengas ninguna alergia —comenta Rebecca saliendo de la habitación sin darle tiempo a Sarocha a contestar.
La joven escritora abre la nevera y observa con agrado que está completamente llena, no les faltará de nada, además, todo se ve de exquisita calidad.
—Yo suelo cenar ligero, no vayas a preparar una guarrada — aparece Sarocha tan sigilosa que, Rebecca, quien tenía medio cuerpo metido en la nevera, se sobresalta y se golpea la cabeza.
—Joder, con lo que hablas y te quejas, ya podrías hacer un poco más de ruido cuando caminas —brama mientras se masajea el cogote.
Sarocha se da media vuelta ignorando los lamentos de la joven escritora y se sienta a la mesa que hay en una esquina de la inmensa cocina. Se coloca las gafas de pasta que usa para leer y abre su portátil para revisar su correo electrónico. Rebecca la observa durante unos segundos, pero se gira con rapidez y vuelve a la nevera, quiere preparar la cena e irse a la cama.
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Palabras en Disputa (Freenbecky)
FanfictionSarocha Chankimha ha forjado una sólida trayectoria en el mundo editorial, destacándose por su humildad y sentido común. Por otro lado, Rebecca Armstrong es la escritora del momento, pero su descomunal ego no pasa desapercibido. Ambas se cruzan en u...