CAPÍTULO 22

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—Madre mía —exhala Sarocha, dejando que su torso caiga derrotado sobre la mesa donde escriben, solo que no estaba escribiendo, está de pie, con los pantalones y la ropa interior por los tobillos y Rebecca situada justo detrás, con la mano todavía entre sus piernas.

La escritora italiana se inclina sobre ella y le da un beso en la nuca. Nota el sudor por su cuello y frota la nariz mientras aspira y sigue repartiendo besos por su mejilla hasta que se retuerce y llega a sus labios. Sarocha sonríe, entre satisfecha y agotada tras otro orgasmo tan bueno como los que lleva dos semanas experimentando. Apoya los codos mientras recupera el aliento y lentamente, se incorpora del todo hasta que se gira y queda cara a cara con Rebecca, que la mira sofocada y risueña.

Sarocha apoya el trasero en el escritorio y aprieta a su compañera contra su cuerpo sintiendo que no puede despegarse de ella.

—No podemos seguir así —quiere sonar firme, pero se le escapa una sonrisa que provoca una carcajada en Rebecca.

—Ya lo sé —admite y encoge los hombros—, pero es que te veo... —menea la cabeza de lado a lado, confirmando así que le resulta completamente imposible resistirse. Sarocha se ha convertido para ella en una especie de droga que le provoca la misma adicción que ella a la escritora toledana.

Cada día desde hace dos semanas —cuando decidieron que podían darse el gustazo de tener relaciones mientras dure el encierro— tienen esta misma conversación al menos un par de veces. Desde entonces, apenas han avanzado en la escritura porque, cuando no es una, es la otra, pero se pasan el día enganchadas, ya sea follando o dándose arrumacos mientras conversan sobre mil cosas hasta que pierden la noción del tiempo. Y ahora ha vuelto a pasar.

—Sí, sé que no te puedes resistir —bromea Sarocha—, pero ahora en serio, Rebecca, como no nos centremos, vamos a tener problemas.

Todo lo que habíamos avanzado lo hemos perdido en estos días y Heng ya está que trina. A mí ya no se me ocurren más excusas.

Sarocha intenta que la conversación se vuelva seria, lo intenta cada día y nota que Rebecca también trata de implicarse, pero cuando se dan cuenta, pasa como ahora, que los dedos de la escritora porno ya están de nuevo jugando entre sus pliegues.

—Joder, para —exhala Sarocha doblada de placer.

Rebecca se muerde el labio y la penetra sin contemplaciones porque sabe que es lo que Sarocha quiere. La escritora toledana suelta un gemido contra su cuello y le da un mordisco que por poco hace que Rebecca se corra.

—Te portas mal —jadea Sarocha.

—Uno más y te prometo que me pongo a escribir —asegura Rebecca con voz ronca.

Sarocha se sienta en el escritorio, la rodea con las piernas y la aprieta contra ella mientras los dedos de su mano derecha, apartan la ropa interior de Rebecca hacia un lado, notándola empapada. Los siguientes minutos vuelven a olvidarse de lo que las ha llevado ahí y se permiten disfrutar una de otra hasta que se sienten satisfechas.

—Vale, se acabó —jadea Sarocha entre sus brazos, todavía sin aliento. Trata siempre de ser la que pone orden, pero no tiene mucho éxito.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora