CAPÍTULO 7

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Sarocha y Rebecca van de camino a Vinuesa, una población de menos de novecientos habitantes situada al norte de Madrid, en la provincia de Soria. Allí se encuentra la casa en la que la editorial ha decidido aislarlas para que escriban el libro, y es donde pasarán las próximas semanas.

Su aventura juntas comienza con un silencio muy incómodo. Se han saludado de manera fría al encontrarse y Rebecca se ha puesto al volante mientras que Sarocha ha maldecido las casi tres horas que tienen de trayecto.

—Pon la radio y deja de quejarte, a mí me gusta esto tan poco como a ti —suelta Rebecca mirándola de soslayo.

—Puede que te guste poco, pero que no se te olvide que estamos aquí por tu culpa —contraataca Sarocha disfrutando cada palabra que sale de su boca.

—Yo no he pedido esto —protesta Rebecca con la mandíbula tensa.

—Ya, pues parece que no confían en que puedas apañarte sola y te han puesto una niñera. Ahora cállate de una vez y déjame ver lo que tienes escrito para saber en qué punto estás.

—Lo que tengo escrito no es relevante, eso es para mi libro y nosotras vamos a comenzar una trama nueva —se exaspera Rebecca, con el orgullo cada vez más herido.

—Sí que es relevante para mí, tengo que saber a qué me enfrento.

Aprovechando que están paradas en un semáforo, Rebecca le envía el mismo archivo que le había enviado a Heng la primera vez, el que después reescribió dos veces y acabó borrando. Sarocha se recuesta en el asiento con gesto desgarbado, dejándole claro a Rebecca que lo que tiene entre las manos le importa entre poco y nada, y comienza a leer.

Rebecca, a pesar de que por dentro estalla de rabia por no poder defenderse de los ataques de Sarocha —que sabe que merece por su comportamiento altivo y provocador de las veces que se han visto— agradece el silencio cuando la escritora se pone a leer, pero al mismo tiempo, tiene un nudo de ansiedad en la boca del estómago y no deja de mirarla de reojo, tratando de valorar sus gestos al leer, mientras se pregunta si realmente es tan malo como ella piensa o quizá sea salvable en opinión de la escritora consagrada que se sienta a su lado.

Por fin salen de Madrid y Rebecca consigue relajarse un poco, aunque no le dura mucho, porque Sarocha termina de leer y lo que suelta por la boca no es precisamente agradable.

—Esto es una porquería, si pretendes utilizar esta historia vas a tener que reescribirla entera, ¿qué coño te ha pasado? —escupe sorprendida.

Sarocha no es fanática de los libros de Rebecca, pero su narrativa le gusta y lo que acaba de leer carece de ese toque de frescura que caracteriza a la escritora que tiene al lado. Los dos capítulos que ha leído son tan planos que, si llega a ser de noche, se habría quedado dormida.

—¿Por qué crees que estamos aquí? Estoy bloqueada, ¿de acuerdo? Todo lo que me sale es mierda como esa, y no me ayuda que vengas tú a restregármelo por la cara —dice Rebecca, tan enfadada como ofendida.

—¿Quieres que te aplauda? Si está mal, está mal, y hay que decirlo para que mejores. ¿Sabes la de escritores que hay por ahí a quienes la carrera se les va a la mierda por estar rodeados de gente que no es capaz de decirles la verdad a la cara? No puedes mejorar si no sabes lo que haces mal —explica Sarocha muy seria.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora