CAPÍTULO 29

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Desde que Sarocha tuvo esa conversación con Heng, ha pasado una semana. Salió de su casa sin tener claro si hacía lo correcto dándole ese tiempo que el editor le había pedido. La mente de la escritora era un hervidero de dudas y confusión, y solo tenía ganas de llegar a su casa y refugiarse en ella con la esperanza de que su mente le diera una tregua para saber cómo actuar, tanto con el tema de su hijo, como con el de Rebecca.

Esa noche apenas logró descansar y se levantó decidida a llamar a Sant y explicarle lo que pasaba, es el padre de su hijo y tiene tanto derecho como ella a saber lo que pasa con su vida. Si encontraba las palabras adecuadas, estaba convencida de que podría controlar ese estallido principal de su exmarido y lograr que no fuera directo a buscar a Heng para arrancarle la cabeza, pero no le hizo falta, porque esa misma mañana, cuando apenas llevaba media hora levantada, alguien llamó a su puerta.

Sarocha se quedó muda cuando vio a su hijo Song plantado frente a ella, nervioso y ligeramente avergonzado por todo lo que había pasado.

—Hola, mamá —la saludó sin atreverse a dar un paso hacia ella. La escritora lo cogió de un brazo y lo abrazó con tanta fuerza que

Song se puso rojo por la asfixia. Sarocha sirvió café para los dos, sacó las galletas favoritas de su hijo y los dos se sentaron a la mesa del comedor.

—Heng vino a verme ayer —arrancó Song armándose de valor—, no sé cómo no caí en que, si habías entrado en mi habitación, habrías visto las fotos —añadió sacudiendo la cabeza, sintiéndose estúpido.

Sarocha no dijo nada, prefería dejar que fuese él el que hablase a su ritmo y le contase las cosas sin sentirse presionado por la inquietud de su madre.

—No te enfades con Heng, por favor, la decisión fue de los dos.

Song habló con tanta madurez que Sarocha se quedó paralizada. Su hijo le explicó exactamente lo mismo que el editor, que sentía cosas por él que cada vez eran más fuertes y que, al mismo tiempo, necesitaba probar otras experiencias y conocer a más gente.

—Pero Heng está casado y te dobla la edad, hijo —habló por fin Sarocha.

—Se va a divorciar, eso lo sabes tú tan bien como yo, y lo de la edad a mí no me importa. Como te he dicho, no me cierro a conocer a otras personas porque Heng ya ha tenido muchas experiencias y yo solo he sentido cosas por él, pero cada vez que conozco a un chico más cercano a mi edad, tengo más claro que me gustan más mayores.

La conversación se alargó durante más de dos horas en las que, al final, Sarocha se quedó tranquila tras comprobar que su hijo era muy consciente de lo que hacía y que no se había visto obligado a nada, incluso, sintió lástima por Heng otra vez al darse cuenta de que era cierto; su amigo estaba enamorado de su hijo, tanto, que estaba dispuesto a aceptar que él estuviera con otras personas mientras lo necesitase.

Cuando Song se marchó, Sarocha lo llamó y le dijo que no iba a entrometerse, y tampoco a contárselo a Sant mientras no fuese algo oficial. Heng se lo agradeció al borde del llanto y le pidió perdón por no haberse atrevido a contárselo antes.

—Te perdono si me invitas a comer en el restaurante de la última vez —soltó Sarocha.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora