CAPÍTULO 3

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Desde que se ha levantado, cada cosa que hace Sarocha Chankimha, va acompañada de un mal humor que le cuesta controlar. La idea de tener que invertir toda la tarde de un viernes en estar presente en un acto para esa escritora con aires de grandeza, la desquicia de mala manera. Sabe que Heng tiene razón, que ella en sus inicios también tuvo el apoyo de autores muy conocidos del panorama editorial, pero ella no tiene nada que ver con Rebecca. Sarocha siempre se ha considerado una persona humilde y ha mantenido los pies en el suelo, en cambio, Rebecca —por lo que ha podido leer en un par de entrevistas en internet— a pesar de tener solo dos novelas publicadas, ya se cree la Diosa del Olimpo.

—Como si ya lo tuviera todo aprendido —bufa mientras termina de guardar los platos en el armario.

—Venga, Sarocha, quita esa cara, sabes que en el fondo te lo pasas bien en estos eventos —dice Heng cuando ella lo avisa de que ya ha aparcado y él, caballeroso y pelotero, sale a buscarla para tratar de apaciguarla.

—En este seguro que no, Rebecca no me cae bien —zanja la escritora colgándose de su brazo.

Heng suelta una carcajada, en el fondo, se divierte mucho con la situación.

—Pero si ni siquiera la conoces. ¿O sí? —pregunta y entorna los ojos con gesto intrigado—. No serás tú una más de sus conquistas,

¿verdad?

—¿Una más? —pregunta Sarocha sin entender nada.

—Bueno, parece que Rebecca es como esos cantantes en los conciertos, que después de actuar, se marchan acompañados de alguna de sus fans —chismorrea divertido.

—¡Qué vergüenza! ¿Y te parece bien? —se escandaliza ella. Heng se encoge de hombros.

—No seas antigua, Sarocha. Rebecca es una mujer soltera y libre que puede hacer lo que quiera. Si esas chicas quieren, yo no veo dónde está el problema.

—Pues yo sí, Heng —dice y se detiene de manera tan abrupta, que el editor casi trastabilla—. Ella es escritora, alguien a quien esas mujeres de alguna manera idolatran. Irse a la cama con ellas es peligroso, pueden confundirse y pensar que son las protagonistas de alguna de sus novelas —argumenta Sarocha ante la cara de pasmo de Heng.

—¿Hablas por experiencia propia?

—Eres un capullo —escupe Sarocha y reanuda el paso.

—Vale, vale —Heng la sigue y vuelve a enganchar su brazo con el de ella—. Tienes razón, visto de ese modo, es un riesgo, pero no es problema nuestro, Rebecca ya es grandecita para saber lo que hace.

—Eso desde luego, a mí me da igual lo que le pase a esa engreída. Heng vuelve a reírse y no dice nada más porque han llegado a la librería. La cola de personas esperando para conseguir una firma, casi llega fuera y Sarocha aprieta la mandíbula porque, en el fondo, le molesta que una recién llegada consiga en meses algo que ella se ganó con el paso de los años.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora