CAPÍTULO 26

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Sarocha camina hacia el edificio de Song con tranquilidad, no como ayer cuando se despidió de Rebecca. La escritora toledana comenzó a dar pasos militares, con la espalda recta y la mirada fija en la primera bocacalle. Sabía que a sus espaldas estaba Rebecca y la tentación de volverse era demasiado grande, pero no fue capaz de hacerlo, todo ese torrente de sentimientos que burbujeaban dentro de ella la tenían confundida y necesitaba distancia para aclararse.

Llegó hasta el edificio de Song caminando y, los casi cuatro kilómetros que tuvo que recorrer desde la editorial, la ayudaron a serenarse y concluir que había hecho lo correcto. Rebecca es una mujer directa y descarada, si hubiera querido mantener lo que empezaron en esa casa de Vinuesa; se lo habría dicho, ¿o no? Sarocha resopló y llamó al timbre, pero nadie abrió la puerta y cuando llamó a Song para preguntarle dónde estaba, su hijo le recordó lo que ya le había dicho el día anterior —también por teléfono— que esa tarde la iba a pasar en la biblioteca preparando un trabajo con unos compañeros.

—Perdona, hijo —se disculpó sacudiendo la cabeza y se despidió para no molestarlo y que siguiera con sus estudios.

Haber olvidado algo así la hizo darse cuenta de lo distraída que estaba, por mucho que le doliera como madre, la mayoría de sus pensamientos esos días, estaban enfocados en Rebecca.

Sarocha se fue a su casa de Toledo, donde pasó la noche sin apenas dormir. Echaba de menos notar como la escritora italiana se movía cada hora durante la noche hasta acabar con medio cuerpo encima de ella, algo a lo que se acostumbró muy rápido.

Cuando se ha levantado esta mañana, ha tenido que hacer una cafetera para que ese olor a café matutino al que la tenía acostumbrada Rebecca, invadiera toda la casa, incluso se ha descubierto a sí misma, pasmada frente al baño mientras pensaba en lo nerviosa que se pondría Rebecca al ver todos sus productos de cosmética sin ordenar.

Sarocha suspira con un agotamiento que no es físico justo cuando de nuevo, llega hasta la puerta del edificio de Song. No le ha avisado de que venía porque era muy temprano cuando ha salido de su casa — prácticamente huyendo de la soledad que siente sin Rebecca— y ha decidido darle una sorpresa. Mira la hora antes de pulsar el botón del timbre y comprueba satisfecha que ya son algo más de las once de ese sábado. Sabe que su hijo suele levantarse sobre las diez y solo espera no despertar a su compañero. La escritora pulsa el timbre y se asusta cuando casi de inmediato, una voz ronca y fuerte que no es la de su hijo, pregunta quién es.

—Soy la madre de Song, ¿puedo subir?

—Sí, claro.

Un chasquido desbloquea la puerta y Sarocha sube hasta la tercera planta. En el rellano encuentra una de las puertas abiertas y a un chico rubio con gafas de pasta, delgado como una hoja y pálido como una pared. A Sarocha le da muy buena impresión de inmediato.

—Soy Mario, es un placer conocerla —dice estrechándole la mano antes de dejarla pasar.

—Lo mismo digo.

Mientras él cierra la puerta, Sarocha echa un vistazo rápido por todo el salón, un vistazo de madre, con ojos de halcón, buscando cualquier indicio de actividades que puedan hacer saltar todas sus alarmas, pero no encuentra nada. Todo está relativamente ordenado, salvo por una mesa inundada de apuntes. No huele a tabaco ni le parece que haya signos de que allí se monten fiestas de estudiantes.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora