—Qué imbécil eres, Rebecca —se grita a sí misma la escritora de Apellidos britanicos.
Ha llegado a su casa tan turbada como incómoda. Todo el trayecto en taxi lo ha hecho con la cabeza embotada y sin parar de darle vueltas a los últimos acontecimientos ocurridos entre ella y Sarocha. Está muy enfadada por pensar que la veterana escritora podría querer seguir esa aventura fuera de la casa que compartieron las últimas semanas. Quizá se esperaba un rechazo, al fin y al cabo, habían llegado a un acuerdo, pero lo que nunca pensó que ocurriría fue la manera tan fría en la que Sarocha se ha despedido de ella. A leguas se nota que, para la escritora toledana, los días que pasaron juntas no significaron nada.
De repente a Rebecca se le cierra la garganta y no puede seguir reteniendo esas ganas de llorar que lleva aguantando desde que se marchó de la editorial porque, al abrir la maleta, nota que toda su ropa guarda el aroma de Sarocha y eso termina de derrumbarla. Decide llamar a las Lelas, necesita el apoyo de sus amigas y que la ayuden a salir de ese estado en el que se encuentra por primera vez en su vida.
—La hija pródiga aparece —responde Iring con su habitual tono borde.
—¡Ela!, ¿ya estás en Madrid? —pregunta Yuki, risueña.
A las dos amigas les cambia el gesto cuando ven en la pantalla de sus móviles la cara de Rebecca, tiene los ojos hinchados y la nariz roja, sinónimo de que ha estado llorando y que el objetivo de la llamada no es solo saludar.
—¿Dime a quién tengo que matar? —suelta Iring, levantándose del sofá como un resorte y quitándose la manta que tenía encima como si le picara.
—¿Podéis venir a mi casa esta tarde? —habla Rebecca con la voz rota.
—Yo en un par de horas puedo estar ahí, tengo una reunión ahora mismo de la que no me puedo zafar, pero en cuanto acabe, zanjo un par de cosas y voy a tu casa —contesta Yuki angustiada—. ¿Qué ha pasado?
Rebecca guarda silencio, si abre la boca para decir algo, teme que ese río de lágrimas que apenas ha podido parar, vuelva con más fuerza. Se sorbe los mocos en un vano intento de llenar sus pulmones y serenarse.
—Tranquila, en unas horas estaremos allí —dice Iring.
Aunque ella es la más gruñona de las tres, sufre mucho cuando a sus amigas les ocurre algo. Además, conoce muy bien a la escritora y sabe que, en momentos como esos, le cuesta hablar. Sabe que Rebecca necesita algo de tiempo para calmarse antes de poder contar lo que le haya ocurrido.
—Sí, Ela, no te preocupes que, cualquiera que sea el problema, lo resolveremos juntas — afirma Yuki.
Rebecca sigue callada, con la mirada encharcada clavada en la pantalla. Lo único que hace es mover la cabeza de forma afirmativa para indicar a sus amigas que no se ha quedado paralizada y que las espera en su casa.
Tras colgar, la escritora revelación da una bocanada de aire tan grande que, si alguien estuviera con ella en su casa, se quedaría sin oxígeno. Lo mantiene en sus pulmones y vuelca la maleta de un solo movimiento, recoge toda la ropa entre sus brazos y, a grandes zancadas, se dirige a la lavadora para meterla y cerrar la puerta con fuerza. Echa jabón y suavizante en el compartimento y enciende la máquina para eliminar todo rastro de Sarocha de sus prendas. No siente alivio, ni tampoco estrés al darse cuenta de que no ha separado la ropa por tejido y color —una de sus grandes manías— como suele hacerlo. Sigue con ese dolor punzante en el pecho que no la deja pensar con claridad.
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Palabras en Disputa (Freenbecky)
FanfictionSarocha Chankimha ha forjado una sólida trayectoria en el mundo editorial, destacándose por su humildad y sentido común. Por otro lado, Rebecca Armstrong es la escritora del momento, pero su descomunal ego no pasa desapercibido. Ambas se cruzan en u...