CAPÍTULO 18

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El ruido de la lluvia golpeando las ventanas es el que despierta a Sarocha. Estaba profundamente dormida y muy a gusto, por lo que no se mueve y trata de ubicar la procedencia del sonido. A los pocos segundos, un trueno acompaña a esa cortina de agua y Sarocha piensa que le encantan los días de lluvia cuando está en casa, pero entonces un recuerdo tan fugaz como imprevisto, le atraviesa el cerebro como un fogonazo mostrándole una secuencia de escenas de ella y Rebecca devorándose la noche antes. Su pulso da un acelerón y nota un corrientazo de placer atravesar su sexo como si fuera el último coletazo de esa noche de pasión.

Los ojos de Sarocha se abren tanto que podría introducirse una moneda de dos euros entre los párpados sin problemas. Es consciente de inmediato de todo lo que la rodea. Se da cuenta de que está desnuda y, por el tacto de la pierna y el brazo que Rebecca tiene reposando sobre su cuerpo, comprende que ella también lo está.

La mente de Sarocha se bloquea de un modo extraño sin que pueda asimilar como debe lo que ha pasado. Aparta muy despacio a Rebecca y sale de la cama observando con espanto la colección de ropa que hay tirada por todos los rincones de la habitación. Durante un segundo, se queda paralizada y mira a través de la ventana, con tanta prisa por darse placer, olvidaron bajar la persiana. Se queda ahí quieta con la esperanza de que ver caer la lluvia logre calmarla como le pasa en muchas ocasiones, pero su corazón sigue latiendo muy deprisa y ella no se quita la sensación de encima de que ha hecho algo muy malo. Coge ropa limpia y sale de la habitación para vestirse en el baño. Después baja a la cocina y empieza a prepararse un café mientras su cabeza va casi tan rápida como su aparato locomotor. Le parece una cagada enorme lo que sucedió anoche. A Rebecca y a ella les cuesta mucho mantener una relación cordial, a la mínima saltan y lo que ha pasado es un motivo más para tener problemas.

Sarocha cavila el asunto mientras termina de hacerse su café y no ve otra solución que la de llamar a Heng, confesarle su pecado y rogarle que busque la manera de sacarla de ahí sin que la editorial tome medidas contra ella. Ya lo ha decidido, así que con la taza de café en la mano, coge su teléfono y marca el número del editor al mismo tiempo que camina dispuesta a salir al porche mientras espera que descuelgue la llamada, pero ni siquiera puede salir de la cocina, porque, cuando está a punto de hacerlo, aparece Rebecca con una sonrisa resplandeciente que deja fuera de juego a Sarocha, que cuelga la llamada justo cuando Heng había descolgado.

—Buenos días —saluda jovial la escritora, que apenas ha tapado su cuerpo con una camiseta.

Rebecca se acerca a Sarocha para darle un beso en los labios, creyendo erróneamente que su compañera de batalla está viviendo lo sucedido como ella.

La han despertado los pasos torpes de Sarocha cuando salía de la habitación tratando de no hacer ruido. Rebecca ha sido consciente desde el primer momento de lo que había pasado, sobre todo cuando ha visto a Sarocha de espaldas, desnuda y sensual antes de cerrar la puerta.

Rebecca no había sentido una conexión así con nadie y está muy sorprendida de que esa persona sea Sarocha, una mujer con la que a veces parece que se lleva a matar y que, sin embargo, ayer, cuando comenzaron a besarse, todo se desvaneció y tuvo la sensación de que habían nacido para estar juntas. A pesar de la larga lista de mujeres que han pasado por su cama, Rebecca siempre ha sentido que interpretaba un papel con cada una de ellas, nunca se ha permitido ser ella misma porque no se sentía del todo cómoda para hacerlo, ninguna de las personas con las que ha estado le ha transmitido nunca esa confianza o tranquilidad —ni siquiera sabe cómo llamarlo— por eso cree que es conexión absoluta. El caso es que con Sarocha se sintió ella misma y disfrutó del encuentro como nunca lo había hecho, incluso los orgasmos le parecieron más intensos y prolongados y no ve el momento de repetir, pero cuando Sarocha se aparta de sus labios con una mueca contrariada como si Rebecca fuera una apestada, comprende de inmediato que debe cambiar su estrategia, porque lo último que quiere es que la toledana salga corriendo como tiene la sensación de que pretende hacer.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora