CAPÍTULO 27

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Sarocha pone la dirección de Rebecca en el navegador sin estar muy segura de estar haciendo lo correcto. Ayer salió prácticamente huyendo de la escritora de Apellidos britanicos y hoy, en cuanto ha tenido un problema, solo ha podido pensar en ella.

Durante todo el trayecto, no deja de darle vueltas al asunto de Song y Heng, ahora que sabe lo que pasa, comienza a atar cabos y todo tiene sentido para ella. De repente, comprende esa insistencia de su hijo por irse de casa de su padre, donde no podía recibir las visitas del editor ni verlo en su casa porque Heng está casado. Cuando piensa en esto último, aprieta el volante con tanta fuerza que le duelen los dedos y los nudillos se le ponen blancos.

A su mente viene el recuerdo del día de la presentación de Rebecca, cuando Song apareció acompañado de Heng alegando que quería darle una sorpresa a ella, ahora está segura de que, a quien en realidad quería ver, era al editor. Y, por último, comprende esa disponibilidad absoluta que Heng siempre le ha mostrado por comer con Song cuando ella no podía hacerlo. La rabia crece dentro de ella como la llama de una hoguera, puede comprender que su hijo le oculte una relación como esa, pero se siente traicionada por Heng, al que siempre ha considerado su mejor amigo.

Pensando en eso llega a casa de Rebecca y aparca justo en la puerta. La escritora italiana vive en una zona acomodada de Madrid, en una casa adosada que a Sarocha le parece demasiado sobria para alguien como la escritora porno. Apenas han pasado diez minutos cuando un Uber se detiene en paralelo a su vehículo y de él se baja Rebecca. Sarocha no es capaz de contener el salto que le da el corazón dentro del pecho, ni el suspiro que exhala tras el cosquilleo repentino que le recorre el torso.

Rebecca, detenida frente al coche de Sarocha y mirándola a través de la luna delantera, experimenta las mismas sensaciones que la escritora toledana, pero trata de reprimirlas y no mostrar ningún tipo de emoción porque no quiere llevarse otra decepción.

—No tendrías que haber cambiado tus planes por mí —dice Sarocha en cuanto baja del coche.

Las dos quedan frente a frente y sienten unas ganas irrefrenables de besarse.

—No los he cambiado, ya estaba terminando —a Rebecca la voz le sale casi inaudible. Su mirada se ha clavado en los labios de Sarocha que, de manera inconsciente, se los acaba de humedecer.

Sin decir nada, Rebecca sube los tres escalones que dan acceso a su casa e introduce la llave en la puerta. Sarocha la sigue muy de cerca y no espera a que la invite a entrar, en cuanto ambas han accedido al interior, la más veterana de las escritoras, cierra la puerta con más fuerza de la necesaria y se gira hacia Rebecca, que la arrolla con su cuerpo al mismo tiempo que busca sus labios hasta encontrarlos y fundirse en el beso más ardiente que recuerdan haberse dado. No pasan del salón, enganchadas como si temieran separarse, caen sobre el sofá y dejan que se desate toda la pasión que han retenido desde que salieron de la casa del pueblito.

—¿Quieres algo de beber? —pregunta Rebecca levantándose del sofá.

Está despeinada, con el pantalón desabrochado y medio bajado y el pulso todavía disparado tras el orgasmo.

—Agua, por favor, tengo la boca seca —pide Sarocha mientras intenta localizar sus pantalones y sus bragas.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora