CAPÍTULO 31

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—No la cagues, Sar —la amenaza Heng con el dedo—, Rebecca no te dará más oportunidades.

La entrevista a las escritoras termina fluyendo mejor de lo esperado. Tanto Heng como el entrevistador han acabado satisfechos. Tras la pausa, las dos mujeres se han compenetrado a la perfección y han explicado el proceso de escritura del libro que promete ser un número uno en ventas. El periodista se ha interesado por conocer cómo era el día a día de ellas encerradas en ese pueblo remoto y, Heng, a pesar de que intuía que se habían reconciliado, ha palidecido y las dos han sonreído con disimulo, revelando que tienen una muy buena relación entre ellas.

—Mantente firme, Rebecca. Si necesitas algo, me llamas que enseguida voy para allá —le dice Iring mientras pone su móvil — que eternamente está en silencio— en sonido, después de que la escritora les haya explicado lo sucedido en el baño—. Esta vez no me va a temblar el pulso para ponerla en su sitio.

Yuki abraza a la escritora de Apellidos britanicos mientras que Iring echa miradas amenazantes a Sarocha. Las tres amigas se despiden y Rebecca se une a su compañera y al editor, al que la escritora toledana también ha puesto al día sobre su conversación con Rebecca en el baño.

—La entrevista ha sido fantástica, chicas. Aunque os mantendré informadas, os paso la agenda por correo para que la tengáis a mano

—el editor las mira fijamente—, y por el amor de Dios, resolved esta tensión sexual de una vez.

Los tres estallan en una carcajada tan fuerte que una de las secretarias de la editorial que pasaba en ese momento por ahí, y a la que apenas le queda un año para jubilarse, se lleva la mano al pecho casi infartada por el susto.

Sarocha y Rebecca se despiden de Heng y salen en busca del coche de la mayor de las dos. Ambas están tan nerviosas que no pueden ni sostenerse la mirada. Parecen unas adolescentes que han hecho pellas y van de camino a su primera cita con el miedo en el cuerpo a ser descubiertas.

—¿Estás bien? Pareces acalorada —pregunta Sarocha al ver que Rebecca está roja y no para de abanicarse.

—No es nada —miente la escritora porno, ni harta de vino confiesa que la situación la tiene de los nervios—. Las primeras entrevistas me agitan un poco.

Sarocha no se da por satisfecha con esa respuesta rebuscada, pero intuye lo que le pasa a su compañera; lo mismo que a ella. Por eso le sonríe con ternura y da marcha atrás con el coche para salir del parking.

—Vaya, qué suerte. Es la segunda vez que vengo y vuelvo a encontrar sitio para aparcar justo frente a tu casa —habla Sarocha maniobrando con el coche. Ha soltado ese comentario para intentar que Rebecca se relaje. Ha ido todo el camino tiesa como un palo. Es la primera vez que la ve así.

—Esta calle es un desastre, pocas veces hay sitio porque la gente aparca fatal —dice Rebecca y se baja del coche para buscar las llaves de su casa en el bolso absurdamente grande que ha elegido llevar hoy.

Ambas se encaminan a la puerta principal, Rebecca mete la llave en la cerradura y abre la puerta, se hace a un lado e invita a su compañera a entrar. Lo que pasa a continuación es una repetición casi exacta de la última vez que estuvieron allí, con la única diferencia que esta vez, es Sarocha la que se lleva por delante a Rebecca con su cuerpo. La escritora toledana sabe que, si no hace algo para relajarla, la conversación no fluirá como ella quiere.

Palabras en Disputa (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora