CAPITULO 31

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Estando solos, el silencio reinó por unos cuantos segundos

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Estando solos, el silencio reinó por unos cuantos segundos.

—Tu madre es muy…

—Interactiva, sí.

—Iba a decir dulce, y se preocupa mucho por ti, ¿sabes?

—¿Por qué no viniste a verme?— pregunto sutilmente pero con un nudo en su garganta.

—Solo he estado demasiado ocupada y… —su silencio solo logró hacer crecer la incertidumbre y la tensión.

—Yo he estado pensando mucho, ¿sabes, Claris?

—¿En serio? Espera un minuto, iré a buscar la rasuradora. —Ansiosa, intentó hacer cualquier cosa con tal de aliviar la tensión o poder pensar un poco antes de actuar.

Por otro lado, Alexander yacía en el sofá, ligeramente cansado y agobiado, moviendo rápidamente su pierna para calmar su estrés.

En el baño, Ava tomó la rasuradora y se miró al espejo, aguantando las ganas de llorar.

—Hazlo, Ava, hazlo de una vez —pensó, y luego tomó aire para salir a donde estaba Alexander—. No había crema de afeitar, usaré el jabón, ¿ok?

Al acercarse a él, sus manos temblaban, su corazón palpitaba con fuerza y el aire era tan denso que apenas podía respirar. Alexander solo podía mirarla y pensar.

—Si hablo ahora, ¿me perdonarás? Si te digo todo, Ava, ¿te quedarás conmigo? Si te digo que te veo, que siempre te he visto y que te amo, ¿me dejarías ayudarte? —Poco a poco tomó su mano—. Te ves tan hermosa, tu voz es preciosa. Me encanta cómo, con tan solo escuchar tu voz, mi corazón y mi mente se relajan, pero al mismo tiempo creo que me asusta. No me dejes. Prometo que intentaré decírtelo todo. Si no es ahora, lo haré mañana, pero quédate a mi lado.

Aquellos pequeños segundos de silencio, en que Alexander tomó su mano, Ava no podía dejar de mirarlo, de quererlo, de desearlo, y de rogarle a su corazón que le permitiera hablar, pero fue imposible. Ambos sabían que, al hacerlo, las cosas no serían iguales. Con la palma de su mano, acariciaba lentamente y con dulzura su mejilla.

—Me agrada.

—¿En serio?

—Sí.

—Entonces no lo afeites, podemos dejarlo así.

Con un pequeño suspiro, pasó las yemas de sus dedos sobre sus labios y barbilla.

—Tal vez debería afeitarla después de todo— su rostro mostraba dolor y amor al mismo tiempo.

—Entonces estoy listo.

—¿No te preocupa que pueda lastimarte?

Negó con la cabeza sin apartar la mirada de sus manos.

—Entonces comenzaré. —Con cuidado, aplicó jabón sobre su rostro y, al terminar, comenzó a quitar aquellos bellos—. Ahora está más suave.

—Eso es bueno —rió él.

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