CAPÍTULO 30

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Al terminar en la casa de los Orión, Samuel, además de amor, dolor y agradecimiento, también comenzó a acumular odio poco a poco en su corazón

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Al terminar en la casa de los Orión, Samuel, además de amor, dolor y agradecimiento, también comenzó a acumular odio poco a poco en su corazón.
Cada vez que Alexander sacaba buenas notas y su padre lo alentaba, la envidia y el rencor crecían. Cada cumpleaños lleno de alegría para Alexander solo le hacía ver lo solo que estaba. Cuando las chicas miraban más al joven Orión, sobre todo la que le interesaba en secundaria, todo le recordaba cada golpe y las palabras que le decía su padre.

Actualmente.

Con un rostro lleno de rabia y la respiración profunda, Samuel, al ver a su padre, se aguantaba las ganas de gritarle, las ganas de enloquecer, e incluso aquel pensamiento intrusivo de matarlo. Sin embargo, después de todo, mantuvo la calma.
— Es una pena que aún sigas siendo la misma mierda de siempre —apretó la mandíbula y rió—No vuelvas a llamarme —tomó un poco más de dinero de su billetera y lo dejó en la mesa. Miró de reojo a las mujeres al lado de su padre y, con ironía, clamó—: Yo invito.

— ¡Samuel! ¡Ven aquí! —molesto, observó a su hijo marcharse y, en un estado de furia, con la voz exasperada, gritó al levantarse de su silla.

Satisfecho ante su ira, Samuel solo siguió dirigiéndose a la salida.  Ya afuera respiró profundo y tomó su celular.

— Hola, ¿estás disponible esta noche?

— ¿Y eso? —insinuó una sensual y casi cansada voz femenina del otro lado del teléfono.
— Solo... —se quedó en silencio por unos segundos y respondió—Solo quiero hablar.

— Mmmm, bueno, puedes venir como a las diez, pero trae al menos un vino.— ¿Blanco o rojo?
— Sorprende me —soltó con un suspiro.

Satisfecho al terminar la llamada, subió a su auto. Al conducir, sus ojos se posaron sobre el espejo retrovisor. Posó su mirada al frente, observó el semáforo en rojo y soltó un par de risas histéricas. Golpeó el volante varias veces y, entre dientes, soltó un pequeño grito.
Al volver a permitírsele avanzar, presionó con ambas manos el volante ferozmente y respiró.— ¡Te odio! ¡Maldito hijo de puta! —una mirada de odio y locura cruzó su rostro—. Voy a matarte, te mataré...

— ¿En serio?.
Al mirar atrás por el espejo retrovisor, vio a Alexander sonriendo triunfante en el asiento de atrás.

— ¡Vamos, ya lo intentaste! —clamó altivo y con tono sarcástico—. No pudiste hacer más que dejarme ciego. Ja, eres un fracasado, ¡estúpido! Por eso tu mamá te dejó, eres igual a tu padre.

La ira en su rostro era palpable; su respiración poco a poco comenzaba a hacerse más ronca y profunda.

— ¿Qué? ¿Vas a llorar? Por eso, aun ciego, soy mejor que tú. Sobre todo porque hasta un discapacitado como yo tiene a una mujer a su lado.

— Jajaja, realmente es gracioso, sí, muy gracioso —repitió entre risas—. Te mataré, a ambos. ¿Qué harás, dime, si mato a tu novia o mejor la expongo ante todos, eh? Ahora no es tan gracioso, ¿o sí? —Al dirigir su mirada nuevamente a Alexander, él ya no se encontraba allí. Nuevamente se encontraba solo, y de pronto sintió cómo alguien tocaba la ventana del auto.

CARESS THE  HEARTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora