CAPITULO 33

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Cuando Daniel finalmente llegó a casa de Alexander, pudo oír a través de la puerta la voz de su madre y a Ava hablando con Alexander

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Cuando Daniel finalmente llegó a casa de Alexander, pudo oír a través de la puerta la voz de su madre y a Ava hablando con Alexander.

—Hijo, los vecinos me dicen que están preocupados por ti. Se escuchan gritos y ruidos del departamento.

—Mamá, por favor, ya te expliqué que solo fue una vez.

—Alexander, ¿por qué Patrick no está contigo? ¿Generalmente estás solo?

—No, Claris, es solo que hoy él tenía que hacer unas cosas y recuerda que sé cómo cuidarme solo. Hice los cursos que me pediste y ya puedo manejarme por la casa.

—No es suficiente, Alex. Hijo, ven a casa. Al menos ahí podré cuidarte.

—No, mamá, estoy bien aquí...

—Claris, quería hablar con mi hijo. Dile que escuche a su madre.

—Yo...

El sonido de la puerta los alertó y la joven, un poco ansiosa, se acercó a ella para abrirla, quedando en blanco apenas lo hizo. Sus manos apretaron ligeramente el picaporte y su rostro quedó pálido. Tener a Daniel frente a ella realmente la sorprendió, pues aquel la miraba tan fijamente que la hacía sentir rara.

Daniel movió suavemente sus labios, como si quisiera hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta y no logró emitir sonido.

El silencio se hizo presente por unos crudos y fríos segundos, hasta que...

—¡Hijo! —La mujer corrió hacia él, y la joven rápidamente se apartó para que ambos pudieran saludarse como era debido.

Por otro lado, Alexander podía ver todo desde el sofá de la sala: la mirada inquieta de Ava, cómo el silencio reinó por unos segundos y cómo su hermano no hacía otra cosa que mirarla.

Lo peor es que esa mirada, esa fría y fija mirada, también mostraba desesperación y un ligero toque de afecto.

Fue más doloroso sentir cómo su corazón se comprimía con cada paso. Los dos se acercaban a él, y la tensión era notable. No podía hacer más que apretar los puños con fuerza y tragarse su frustración.

Solo pensaba: Mierda, debo hacer algo. Maldita sea, Alexander, habla. Al menos muévete, ¿qué carajos estoy haciendo? ¿Por qué...? Mierda, haz algo. Diles la verdad, aunque ella te odie después. No dejes que tu hermano y ella se acerquen, no dejes que te la quite.

Alexander no pudo más. Tomó aire y, cuando ya los tenía más cerca, apoyó sus manos en el sofá y se levantó de golpe. No le importó que su madre estuviera regañando a su hermano. Solo veía a Ava en silencio e incómoda. Estaba celoso, tanto que ya no le importaba si descubrían la verdad. Al levantarse, cegado por los celos, intentó dar un paso adelante, pero no notó la pequeña mesa de la sala y chocó fuertemente con ella, emitiendo un quejido de dolor.

—¡Alex!

—Mamá, estoy bien, no grites. Solo fue un pequeño golpe —intentó contener su expresión de dolor, pero no pudo evitar quejarse al moverse.

—¿Alex, estás bien?

—¡Daniel! ¿Cuándo llegaste?

—Recién, pero... ¿estás realmente bien?

—Sí, sí —dirigió su mirada disimuladamente hacia Ava, que parecía tener una expresión de horror—. Av... Claris...

—Ah, yo... —aún en estado de shock, no sabía cómo reaccionar.

Daniel, por otro lado, estaba confundido y ansioso. Quería ver a Alexander, pero sus ojos no dejaban de seguir a la joven.

—Daniel, ayúdame a quitarle el zapato a tu hermano. Quiero ver si no se lastimó.

—Mamá, estoy bien.

—Quédate quieto —expresó un poco enfadada—. ¿Qué querías hacer? ¿Por qué te levantaste?

—Mamá, él está bien. No grites, tranquilízate un poco. Claris, ¿puedes traer un poco de hielo?

—¿Qué? Ah, sí, enseguida...

Daniel seguía revisando a Alexander cuando Ava le dio una bolsa con hielo.

—Está inflamado, Alex.

—Estoy bien, no duele, no hace falta el... —Antes de poder continuar, sintió cómo Daniel hacía un poco de presión en su dedo y soltó un quejido de dolor.

—Ya veo que sí, Alex.

Alexander soltó un chasquido irónico y pensó: Sí, claro, estás muy listo hoy, ¿no? Mierda, ¿por qué siempre me pasan estas cosas? Disimuló mover su cabeza por el dolor, dejándola caer hacia atrás y desviando su mirada hacia Ava. Después de todo, había cierta ventaja en fingir ser ciego: poder verla lo tranquilizaba, pero al mismo tiempo sentía una clara culpa al verla tan ansiosa frente a él.

Para Alexander, aquellos minutos fueron eternos y silenciosos. Podía sentir que su madre y hermano hablaban, pero él solo la miraba a ella. Sentía angustia y remordimiento al verla. Podía notar cómo se picaba las uñas, cómo movía sus ojos de un lado a otro conforme los demás se movían por la casa. La ansiedad en sus ojos era palpable.

¿Por qué? ¿Por qué no puedo hablar? ¿Por qué justo cuando creo avanzar no puedo dar siquiera un maldito paso? Tal vez el destino quiere que no estemos juntos. No, si lo quisiera, no te habría puesto a mi lado. Sí, yo realmente me estoy enamorando perdidamente de ti. Puedo sentirlo. Soltó un suspiro ahogado y bajó un poco la cabeza en dirección a Daniel. Podía ver sus labios moverse, la preocupación en sus ojos... pero no era por él. Lo notaba. Sus ojos ligeramente se desviaban hacia Ava, y eso le dolía. Le mataba por dentro, porque ya había visto aquella mirada antes en su hermano.

Fue la misma mirada que tenía al mirar un juguete coleccionable de Batman cuando tenía seis años. Esa misma mirada de anhelo y tristeza al verlo todos los días por la televisión, en las propagandas de la tarde de cada miércoles y jueves después de la escuela. Exactamente el mismo pedido de súplica: "Por favor, cómpramelo. Lo quiero, lo necesito, lo amo, pero no puedo tenerlo... o no lo tengo por el momento". Pero era la misma mirada que decía: "No me rendiré, lo quiero y lo tendré, no voy a soltarlo".

Aun así, Alexander no le permitiría quedarse con ella, no esta vez.

—Claris, ¿me puedes ayudar tú, cariño, por favor? —suplicó con una voz cortada entre pequeños jadeos.

Luego de escuchar su súplica, volvió a sus sentidos y apretó la mandíbula. Se inclinó hacia adelante y se acercó, preocupada, a él. Pidió disculpas a Daniel y tomó su lugar.

Por otro lado, Daniel, sorprendido, sintió temor. Su pecho ardía al verlos juntos.

Marlen, que veía la escena, sin notar a su hijo mirando a la mujer de su hermano con amor y culpa, exenta de la tensión entre ellos, se acercó bruscamente y exaltada para ayudar a su hijo.

Marlen, que veía la escena, sin notar a su hijo mirando a la mujer de su hermano con amor y culpa, exenta de la tensión entre ellos, se acercó bruscamente y exaltada para ayudar a su hijo

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